adie puede extrañarse de que Galicia y el País Vasco quieran huir de la catalanización de sus respectivos entornos. El miedo al contagio ha sido el resorte del adelanto de sendas elecciones, para celebrarlas en primavera, antes que las autonómicas catalanas. Si la catalanización de la vida política es vivir en la turbulencia permanente, con las elecciones propias, ya cantadas por Quim Torra, se vuelve insufrible. Entonces es inevitable cruzar ese anuncio con el poder condicionante del independentismo sobre la gobernabilidad y el sosiego en España. Y en estas vuelve a instalarse en los mentideros la posibilidad de que Puigdemont se presente como cabeza de lista de JxCat con mando a distancia a unos comicios anunciadas por el presidente de la Generalitat para después de aprobarse el presupuesto autonómico.
La posibilidad es remota, debido al complicado horizonte judicial del personaje. Tendría que renunciar a la inmunidad como eurodiputado, si no la pierde antes por votación del Parlamento Europeo. Aun así podría presentarse, porque la situación de rebeldía no es causa de inelegibilidad, según sentencia de varios juzgados de lo contencioso-administrativo, que quitaron la razón a la junta electoral. Pero lo haría bajo amenaza de ser detenido, por ejecución de la euroorden fuera de España, o en España, donde tiene cuentas pendientes con la justicia. Todo eso lo sabe. Sin embargo no descarta entrar en la pugna electoral, convencido de la fuerza de sus llamamientos a la unilateralidad frente al Estado, a diferencia del pragmatismo de ERC, a cuyos dirigentes se trata en las filas de JxCat como traidores a la causa.
Lo preocupante es la derivada nacional de esa grotesca carrera de sacos por la primacía electoral. Afectará al desenlace de la mesa de Gobiernos defendida por ERC. Pero reprobada por JxCat, salvo que Sánchez aceptara las demandas de autodeterminación y amnistía. Y precisamente esa negativa de Moncloa frente a pretensiones ilegales es lo que se convertiría en la principal palanca electoralista de Puigdemont: desobediencia y la unilateralidad frente al pragmatismo ineficaz de ERC, como único recurso para tener más del 50% de voto independentista y luego pedir la luna. Han cambiado las tornas en la tensión de los dos grupos de la familia soberanista. Si Rufián acusó a aquel de venderse por 155 monedas cuando se resistía a declarar la independencia, ahora es Puigdemont el que acusa de traidora a ERC por pactar con un partido “cómplice del 155”. Hasta el punto de que Rufián ha llegado a hablar de “fascistas con estelada” para referirse a los activistas más radicales por la Cataluña una, grande y libre.