Petapouco

Hacía tiempo que no veía a mi amigo Petapouco. Lo encontré en unas oficinas de Hacienda de la Xunta tramitando papeles para solicitar una subvención agraria. “Estoy con mi sobrino-aclaró- quiere volver a trabajar en el agro como promociona nuestra autonomía”. Los días remarcaran sus arrugas. Más delgado. Sin pelo. Conservaba la sonrisa amarga y su mirada honda y analítica “Los meses no pasan en balde. Ando muy mal. Tengo que valerme de un bastón y los tobillos y empeines se hinchan”.
Por lo demás, continuó con su incontinencia verbal, me encuentro requetebién y la cacerola funciona a buen ritmo. Así mis muchos años me permiten comprobar que no hay novedades. Solamente alternancias de sucesos que se repiten en el tiempo y el espacio con esas “posverdade” como si pudiéramos falsificar las mentiras…
Fíjate ahora se insiste en repoblar las aldeas, facilitar el acceso a jóvenes a la tierra cuando allá por los sesenta del pasado siglo se decía lo contrario. Claro que también se asegura que Franco no derrotó al comunismo, mantuvo la neutralidad en la guerra mundial, convirtió el desierto extremeño en un vergel o mediante su política hidraúlica construyó saltos eléctricos de los que seguimos viviendo. Fueron los planes de desarrollo de los ministros del Opus o el cambio de sustituir las Escuelas de Comercio y Altos Estudios Mercantiles por Económicas y Políticas cuyos gurús-pese al seiscientos-fueron incapaces de vaticinar la crisis de siete años de vacas flacas.
A la sazón-continuó imperturbable, sin darme opción a meter una coma-la social y el espíritu liberal de la derecha comprueban como los mandamases han enviado a la cloaca los conceptos de patria, moral, esfuerzo y necesidad imperiosa de crecer: despoblación al garete, campo abandonado, industria y servicios en regresión…
Mientras oteamos el horizonte esperando a Montesquieu y su doctrina de separación de poderes que hemos arrinconado en el trastero de cosas inútiles.

Petapouco

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