Estos días de comienzos de curso se ha hablado de la necesidad de evitar que copien los alumnos, en lucha por ampliar (o iniciar) el sentido ético, o simplemente honesto, en la universidad. Todos sabemos que no es la universidad el único ámbito falto de ética, toda la sociedad de este siglo XXI clama por recuperar los valores de convivencia basados en: la verdad, generosidad, y respeto; pongamos solo estos tres para empezar.
La amplísima corrupción que se descubre a diario, las faltas de ética y moral en los personajes que representan, en tantos casos, los puestos más elevados del sector político, económico o religioso, ha hecho que se infravalore el tema, y que muy pocas personas se rebelen ante variados actos de desvergüenza. Se dejan ir quizá por desilusión total, porque creen que es imposible mejorar ni un ápice.
Uno de los problemas de falta de respeto y de mentira grave consiste en copiar en los exámenes. Son tres delitos en un acto, primero se copia para engañar al profesor, por tanto es una mentira grave; segundo, se falta al respeto del compañero que, quizá por no copiar, puede obtener peor nota; tercero, el que lo hace sistemáticamente será un falso profesional, malo y peligroso siempre, porque se ha preparado, no para conocer una materia, sino para conseguir un título que le posibilite ejercer una profesión que desconoce y que, en múltiples ocasiones le llevará a cometer otro engaño para salir del callejón al que le llevó la ignorancia de su trabajo.
Podemos afirmar que copiar es malo para todas las titulaciones, si bien en aquellas que habilitan para ser médico, educador, o periodista es peor por el daño que pueden hacer a un paciente, a los niños de primaria y a la sociedad.
¿Por qué hay alumnos que basan sus aprobados en poder copiar? Porque no saben leer despacio, porque no le dedican el tiempo necesario a las asignaturas, porque creen que estudiar un temario debe ser divertido como ver una película. Me refiero especialmente a los alumnos universitarios, aquellos que piden ¡motívenos!. Pensaba yo que lo que les motivaba era la profesión, el poder llegar a ser aquello que les gusta, pero pensar que todos los profesores que tendrán en la carrera (unos 30 o 40) les van a caer bien, van a atraer a 80 alumnos por aula, es vivir en el espacio sideral. En el mejor de los casos el alumno se presenta en clase los primeros días y observa si hay programa y temario, después la reacción puede ser muy variopinta: unos, se van y dejan la asignatura para septiembre; otros se quedan para aprobarla, y algunos se van a organizar para copiar una vez que sepan cuales son las preguntas más frecuentes que hace el profesor. Otros hay que no aparecen en clase hasta ocho días antes del primer examen, y vienen a “buscar el temario”, a solo ocho días del examen no tendrán tiempo de leer ni la décima parte de los temas.
Estoy hablando de carreras de letras que se diferencian de las de ciencias, entre otras cosas, porque éstas últimas, ellos creen, que se basan en la lógica, pero las de letras se basan en la memoria; eso de aprender de memoria parece que alguien lo desterró durante la transición a la democracia. Durante el franquismo aprendíamos de memoria aquello de “la Virgen fue virgen antes del patio, en el patio y después del patio”, porque un pequeñajo de ocho años no sabía lo que era un parto. Nada tiene que ver aprender dogmas con adquirir conocimientos de historia general o historia de la prensa, hay una lógica total que envuelve los acontecimientos primero cronológicamente, después según el avance social, económico y tecnológico. Leyendo despacio, con tiempo, se descubre lo valioso del tema, es mucho más fácil memorizar y se pueden sacar conclusiones comparando el tiempo pasado con el presente.
Al final de mis años de docencia, les sigo diciendo a los alumnos que un periodista puede ser ciego, puede ser mudo, pero no puede ser periodista si no tiene memoria. Los médicos recomiendan a los ancianos que sigan memorizando términos nuevos para mantenerse en forma. Además de no tenerle miedo a leer despacio, entendiendo el texto, cuestionándolo, deben presentarse como personas justas, nunca tramposas, que no necesiten esconderse detrás del compañero que le precede para aprobar el examen.
Los remedios los tiene que dar toda la comunidad educativa y en concreto la universitaria. Los jóvenes, que borren de su memoria la mitad de los títulos de películas, grupos musicales, canciones, melodías, bandas musicales de las películas, cantantes, futbolistas, blogs, etc. etc. y que gasten un tercio de su memoria en aprender las materias de su profesión. Los periodistas son cronistas del presente, un periodista sin conocimientos de historia es casi un analfabeto profesional. Hay alumnos que han suplantado a otros en el examen, los hay que han ido a boicotear las pruebas , otros avisaban por teléfono que había peligro de bomba o similar para suspender la convocatoria, y también los que copian, algunos con sutileza policial. Es imposible que un profesor consiga impedir las malas artes de los examinandos cuando son más de veinte. El examen oral es más fiable, pero exige mucho tiempo y además, saber redactar es muy importante en algunas carreras. Además de los medios punitivos para castigar los fraudes por copia, quizá debamos convencer a los alumnos de que el código ético no hay que firmarlo cuando se toma posesión de un puesto de trabajo, sino cuando se comienzan los estudios.