La verdad, el respeto a lo que las cosas son, no a lo que parecen ser o a lo que algunos quieren que sean, siempre ha sido difícil, a veces muy difícil de reconocer. Sin embargo, la verdad, de una u otra forma siempre ha acabado resplandeciendo, más tarde o más temprano. En estos tiempos de tantos cambios y transformaciones en todos los órdenes de la vida humana, nos encontramos con una cierta dictadura de lo políticamente correcto que, con frecuencia, diluye la legítima búsqueda de la verdad a causa de planteamientos funcionalistas centrados en la eficacia o en lo conveniente. Tal proceder es manifestación de la honda crisis del pensamiento actual, entregado en cuerpo y alma a lo políticamente conveniente y correcto.
El caso del brexit y de las consecuencias que pagarán los británicos es un buen ejemplo, como lo es igualmente, por ejemplo, la afirmación realizada por Trump en la campaña electoral que lo aupó a la Casa Blanca de que Obama es uno de los fundadores del Estado islámico. Hoy la normalidad con la que se miente, se falsea la realidad o se engaña es de tal calibre que lo verdadero, que la misma búsqueda de la verdad, es algo realmente excepcional.
En efecto, hoy la lucha por la verdad es una de las batallas más apasionantes que hemos de librar para regresar a espacios en los que la dignidad del ser humano brille con luz propia. La tarea no es sencilla porque el descaro con que la mentira, el engaño y la simulación o el fingimiento se han apoderado de las terminales y tecnoestructuras más relevantes es alucinante. Hasta el punto de que esa dictadura de lo conveniente, de lo políticamente eficaz, fuerza, grosera o sutilmente a vivir en un mundo artificial, virtual, en los valores genuinamente humanos desaparecen del mapa y quienes se atreven a desafiar a quienes hoy desafían el pensamiento oficial son condenados a las tinieblas exteriores de este mundo.
Hoy, decir la verdad siempre -sin componendas, cesiones o compromisos-, reconocer la realidad, es la estrategia subversiva más atractiva que puede haber para denunciar la dominación de quienes sólo persiguen la obtención de pingues beneficios sometiendo a millones de personas a través de los más sofisticados sistemas de manipulación masiva que se conocen.
El relativismo actual transmite miedo a pensar, miedo a profundizar en la realidad, miedo a la verdad, pánico al compromiso. Aspira, vaya si lo consigue, a que los ciudadanos entremos por ese carril del pensamiento único en el que se renuncia de una u otra manera a la libertad por el confort y el consumo Es hora, pues, de despertarnos del letargo porque de pasar mucho más tiempo sin reacción nos encontraemos ante un panorama inimaginable de sometimiento y dependencia. Esta en juego la sustancia de la democracia y ahora, en la era de la posverdad, debemos sacudirnos el yugo de la manipulación y el sometimiento. Casi nada.