Los nuevos señores

Hubo un tiempo en que los dueños de vidas y haciendas eran los señores feudales. Su poder era absoluto. Tenían incluso el “derecho de pernada”, que era una extraña prerrogativa sexual que podría ser ejercida en la noche de bodas de una sierva. Los de hoy –¡afortunadamente!–no poseen tal “licencia”, sin embargo, su poderío es infinitamente más grande que el de sus homólogos medievales. 
El noble de la Edad Media estaba desconectado del mundo real, tanto, que creía que sus tierras le pertenecían por otorgación divina. Los siervos las trabajaban en arriendo, entregándole al amo el grueso de las ganancias. 
Era una relación contractual injusta, leonina, puesto que el noble se adueñaba de los frutos del trabajo de sus siervos sin arriesgar ni sacrificar nada. Si esa relación económica la trasladáramos al siglo XXI –que podría ser llamado el siglo de los grandes especuladores– el escenario se le parecería bastante.  
Los señores de hoy también lo controlan casi todo. Bajo su dominio está la economía, los grandes medios, la política, incluso la propia vida de los ciudadanos, pues ellos deciden quiénes deben pasar hambre y quiénes no. 
Tal es su poder, que hasta consiguieron que se privatice la deuda pública de los estados. En el pasado cualquier estado podía prestarse dinero a sí mismo, con interés cero, era la llamada deuda ficticia. 
Después el préstamo se invertía en diferentes rubros de su economía, lo cual generaba valor añadido que a su vez activaba el crecimiento. 
Hoy todo ha cambiado. Los países se ven obligados a pedir préstamos a organizaciones financieras privadas supranacionales, que además no tienen ningún interés en su crecimiento. Su interés real es entramparlos permanentemente para que no puedan pagar las deudas. El verdadero beneficio de estas entidades está en los intereses que cobran por las deudas. 
Por lo tanto, los países están a merced de esos grupos, que además les llaman eufemísticamente “mercados”. Ellos son los que detentan el verdadero poder. 
Es un poder jerarquizado, es decir, los pequeños obedecen a sus inmediatos superiores. Y así hasta llegar a la cima de la pirámide, que es donde están las grandes transnacionales. Todos comparten poder e intereses, obviamente, unos más que otros, dependiendo del grado que ocupen en la jerarquía piramidal.  
Es triste pensar que los graves problemas que afligen al mundo no estén en las agendas de esos señores. Para ellos la miseria, las desigualdades sociales, la discriminación, la desnutrición y otros problemas terribles que enfrenta la humanidad, no tienen importancia, son cuestiones menores, irrelevantes. 
Es más que probable que esas calamidades las vean como un proceso natural, algo inevitable, por lo tanto, deben creer que sólo los individuos más “aptos” tienen derecho a sobrevivir. Lo curioso es que el poder dice ser cristiano, lo cual significa que entiende el cristianismo a su manera. En realidad, hace un extraño sincretismo entre religión y riqueza. Lo mismo que hacían los señores medievales. Con el propósito de confundir y engañar se distorsiona todo en estos tiempos. Incluso se cambia el sentido a las palabras, a las frases. Se utilizan vocablos de apariencia inocente, aunque detrás de cada uno se escondan acciones no tan inocuas. 
Ese tipo de “glosario” lo estamos observando a diario, tanto en las intervenciones militares como en las económicas.  Es una manera de despistar, de lanzar una cortina de humo detrás de cada acción. No importa si la acción es abiertamente ilegítima o incluso violenta, lo importante es maquillarla con términos aceptables socialmente, rebuscados para cada ocasión, que sirvan para vestir el lobo de Caperucita. Es la época de la hipocresía y del cinismo. Estamos ante un engaño masivo, el más grande que recuerdan los tiempos. Es una manipulación imperceptible, la mayoría de las personas ni siquiera son conscientes de ella.
Así funcionan las estructuras del poder actual. De la servidumbre, la opresión y la tiranía de los señores feudales, hemos pasado a ser esclavos de otro grupo, de estos amos depende casi todo. Son los nuevos señores.
 

Los nuevos señores

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