Desde que empezó el conflicto en Ucrania los medios europeos se esfuerzan en ocultar la verdad de lo que allí sucede. La desinformación ha cruzado la línea que divide lo decente de lo indecente. Todo lo reducen en culpar a los rusos, la vieja retórica de buenos y malos. Maniqueísmo prêt-à-porter.
No se habla de la situación catastrófica que vive ese país, de las nefastas políticas de sus gobernantes, de la corrupción rampante. Tampoco se habla de la bancarrota, de los paramilitares del sector derecho –todos ellos seguidores del pro-nazi Stepan Bandera–, ni de la pérdida constante de vidas en las regiones rebeldes. Nadie habla de eso. Existe una especie de complicidad para manipular la verdad, desvirtuarla, socavarla o secuestrarla.
Las autoridades ucranianas no tuvieron escrúpulos en ordenar al ejército bombardear pueblos en Lugansk y en Donetsk, áreas civiles que provocaron numerosos víctimas, sin embargo, Europa guardó silencio y miró para el otro lado. No movió un dedo para criticar semejantes acciones, ni siquiera las onegés, lo cual demuestra hasta qué punto están esas organizaciones politizadas.
Si el escenario hubiera sido en sentido inverso, los políticos europeos hubieran ido corriendo a denunciar los hechos a los organismos internacionales derechos humanos. En Ucrania han ocurrido tantas brutalidades que no se explica todavía cómo los militares pudieron haber obedecido las órdenes para ejecutarlas. Algunos expertos opinan que si no se ha producido un golpe militar es porque el ejército está debilitado, desmoralizado, corrompido, incluso infiltrado, de otro modo hubiera tomado el poder para desalojar al “grupo” que se empeña en destruir el país.
La situación en el país es inestable, existe un alto riesgo de que el conflicto, una vez que vuelva a estallar, se extienda a las regiones del sur, como Besarabia, Odessa y otros lugares. Si eso ocurriera, la UE tendría que enfrentarse a una avalancha, no ya de miles de refugiados, sino de millones, con lo cual no tendría suficientes soldados ni concertinas para detenerlos.
Desde el comienzo del conflicto ya huyeron a Rusia más de un millón de personas, sobre todo de las regiones del Este. Pero en Europa parece que no se enteran de nada, sólo el Presidente de la Comisión Europa, Jean-Claude Juncker, mencionó hace unos días ese peligro.
La realidad es que si no se alcanza un acuerdo pronto, la guerra puede activarse en cualquier momento. El país necesita cambios, pero no cambios cosméticos, ficticios, como trata de llevar a cabo el gobierno y el presidente Poroshenko.
Ucrania necesita una descentralización en toda regla, es decir, necesita convertirse en un Estado federado, donde se puedan respetar todas las sensibilidades. Es la única posibilidad real que tiene ese país si quiere sobrevivir, de lo contrario terminará reduciéndose o despareciendo. Pero además –y esto quizá sea una de los factores más importantes– necesita desistir de entrar en la OTAN. Ucrania, por su historia y por su posición geográfica, debería mantener su neutralidad, en realidad, debería ser un país que sirviera de puente entre Occidente y Rusia. Aunque eso parece que no lo entienden en Kiev.
Allí se dedican a lanzar soflamas incendiarias contra Rusia, además de lanzar ideas tan peregrinas como la de querer ser miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, la de recuperar Crimea, la de volver a ocupar las regiones rebeldes, etcétera. Cosas sin pies ni cabeza, que sólo pueden decirlas políticos fanáticos o saltimbanquis de la política. En definitiva, gente poco seria.
En todo caso, Europa necesita cambiar –ya lo dijimos en el artículo anterior– de política. La política del doble rasero produce sorpresas desagradables, suele ser peligrosa, además, tarde o temprano se convierte en un bumerán.
Es como la fábula del cazador cazado. La cuestión es: o volvemos a reinstaurar la “realpolitik” o estaremos avocados a grandes desastres. No se puede provocar un incendio y después echarles la culpa a los demás para proyectar una falsa inocencia.