Es difícil que 2021 sea peor que el año que hemos despedido a patadas y con alivio, pero es mejor no hacer pronósticos y esperar que la vacuna dé los resultados que todos esperamos. Y que las distintas autonomías sean capaces de recibir las dosis y aplicárselas con celeridad a las personas más vulnerables y que las nuevas cepas o variantes no se extiendan a la velocidad que pregonan los expertos. La salud es lo primero, sin duda alguna y hay que repetir y repetir las llamadas a la responsabilidad personal para evitar comportamientos que nos provocan un asombro irremediable y que, lamentablemente, no encuentran una respuesta punitiva legal rápida y contundente. ¿Cuántos irresponsables sueltos están poniendo en peligro la salud de todo un país?
Los demás, los que parecemos sensatos, deberíamos aprovechar estos días de comienzo del año para sosegar las mentes y abrir un instante, no pido más, de reflexión sobre lo que nos sucede y lo que nos puede suceder. En el mejor de los pronósticos, es posible que allá por el verano se haya vacunado a un sesenta por ciento de la población y tengamos una cierta “inmunidad de rebaño” (¿no podrían haber buscado otro término?), cuando tal vez se hayan cargado de nuevo la campaña turística que es la primera industria de nuestro país. Vacunar a todos los posibles y acabar con los recelos de los antivacunas --tontos hay en todas las naciones y épocas-- debería ser la primera y más importante tarea de los que nos gobiernan, poniendo los medios necesarios. No sé si será así. Tengo más dudas que certezas.
Luego están las elecciones catalanas del 14-F. Ya nos ha dimitido un ministro --ya se sabe, elegido democráticamente por las bases del PSC-- para presentarse a unos comicios que no sabemos si se celebrarán o no. Cataluña sigue siendo un polvorín montado sobre un artificio: la independencia y el derecho de autodeterminación. Los que tienen la mayoría parlamentaria y, posiblemente, la mantengan, que son los socios de Sánchez en la gobernación, o desgobernación, de España, defienden “activar la declaración de independencia y la república catalana”, “una vía amplia hacia la independencia”, la pura “desobediencia” a las leyes o, los más “blandos”, “un referéndum” decisorio. El actual presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, pedía en Madrid hace menos de un año, “perdón, no; amnistía y derecho de autodeterminación”. En Cataluña están hoy todos contra todos. Junts contra ERC y al revés; la CUP y el PdeCat contra todos aunque por diversas razones; el PSC contra los independentistas y contra la derecha; Vox contra el PP; el PP contra Ciudadanos, al que le ha arrebatado su cabeza, y contra Vox; Ciudadanos contra todos y contra sí mismo; y los Comunes-Podemos tratando de evitar un batacazo. Cuando lleguen los resultados, el PSC no tendrá inconveniente en pactar con ERC y en conceder los indultos si hay la mínima posibilidad de seguir gobernando en Madrid. Para eso ha ido Illa. Se olvidarán de que los independentistas tienen un solo objetivo común: dar la patada a la mitad de los catalanes y a España. ¿Alguien lo duda?
Hace falta sosiego para afrontar el problema más grave, la pandemia, y buscar, con la máxima unidad, posible la recuperación económica y modernizar España con los fondos europeos. Tenemos ya cien mil empresas en el cementerio, decenas de miles de autónomos a punto de tirar la toalla y más de un millón de nuevos parados, una deuda desbordada y un déficit que tardaremos generaciones en pagar. Y, aún así, un Gobierno más dividido cada día, a pesar de sus palabras, en lugar de buscar soluciones y consensos, crea nuevos problemas como el de poner en cuarentena la Corona, que es lo único que une hoy a la mayoría de los españoles. Decía Hermann Hesse que “la práctica debería ser producto de la reflexión, no al contrario”. Parece que aquí nadie le ha leído. ¿Estamos a tiempo?