Carrillo

Los que no tenemos más memoria que la hilvanada con recuerdos prestados y hemerotecas sentimos la nostalgia de quienes hablan de Santiago Carrillo como de un conocido. Un leve cabeceo, un amago de sonrisa cuando se le menciona. La impresión de que se cierra un capítulo irrepetible.

Le suponíamos casi inmortal, esa presencia familiar que permanecía a través de las décadas, siempre con un halo de admiración, reconocimiento a un político de otra época e, inseparablemente, de otra casta. Abrazos cariñosos y saludos respetuosos, ya fuesen compañeros de ideas u ocupasen posiciones incompatibles. Siempre envuelto en el humo de su cigarrillo, las manos arrugadas encendiendo el mechero. Como un pequeño acto de rebeldía. El gesto afable y la lucidez que desconcierta.

Su historia es un guion de cine. Los claroscuros en los años del blanco y negro, episodios sombríos y actuaciones extraordinarias, inolvidables. Carrillo y su peluca. Carrillo y Adolfo Suárez. Carrillo en pie durante el intento de golpe de Estado. Apasionado y responsable. Ilusionante, lo definieron algunos. Inspirador. Merecedor de nuestro eterno agradecimiento por su contribución a la salida a la luz desde las sombras de la dictadura. Más allá de principios ideológicos.

Después se convirtió en analista de la actualidad desde la serenidad de la edad. Y la experiencia de quien vivió momentos más convulsos que los de hoy. Sus comentarios eran una visita al pasado. Cuando los pactos entre caballeros se sellaban con apretones de mano y los políticos eran más que meros altavoces del ideario de su partido. Echaba de menos la valentía y el pensamiento individual. Los aciertos y los errores asumidos como propios. Y la capacidad de abrir la mente en favor del bien común. Decía hace unos meses que los acuerdos de la Transición son impensables ahora. Formaciones enrocadas en sus posiciones y cerradas al diálogo, que solo se dirigen al rival para afearle la conducta. De su voz se escapaba la decepción.

Quienes por juventud sabemos más de la leyenda que del hombre también sufrimos el desencanto. Cierta añoranza incluso de un tiempo que no conocimos, pero se nos presenta como más decente. Se van los políticos de verdad y quedan las marionetas. Sin nadie que con su figura les recuerde cómo se hace su trabajo.

Carrillo

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