E simismo, se está produciendo lo que se ha denominado la quiebra de la tecnostructura o la quiebra del tecnosistema del que hablaron en su día Galbraith o Bell. En efecto, la tecnoestructura, que, a veces, ha aparecido como una alianza sutil entre el Estado, el Mercado y los Medios de comunicación, intenta a toda costa erigirse en el supremo interprete del interés general acompañada de toda una maraña de lenguajes y procedimientos específicos que impiden el acceso de la gente común y corriente al proceloso mundo del espacio público, nunca tan cacareado como cerrado. Por eso, uno de los desafíos que tiene la sociedad del conocimiento, las sociedad de las nuevas tecnologías, es que los intereses generales dejen de estar dominados por los especialistas y se abran de una manera autentica a los problemas reales que tienen las personas.
Por otra parte, como consecuencia de la emergencia de una nueva manera de entender el poder como la libertad de los ciudadanos (Burke), resulta que es necesario colocar en el centro del nuevo orden, social y económico, la dignidad de la persona. Hay que volver a reflexionar sobre la persona. Pero no sobre la persona desde una perspectiva doctrinaria liberal, que lleva a las visiones del nuevo individualismo insolidario, sino desde la perspectiva, insisto, del pensamiento complementario y compatible, que hace de la libertad un concepto central, por que no son dos aspectos distintos de la realidad de las personas, la libertad y la solidaridad, sino que son las dos caras de la misma moneda, y son dos características que deben tender a unirse y a ofrecer, pues, perspectivas de complementariedad.
Por eso, no es baladí que la Comisión Europea haya elaborado una guía de principios éticos para la inteligencia artificial con el fin de estas nuevas tecnologías se gestionen siempre y en todo caso al servicio del ser humano.
Regulación y ética han de ir de la mano pues, de lo contrario, como ya pasa, estos fenomenales y fantásticos medios como son las nuevas tecnologías podrían ser los grandes azotes de una humanidad presa de esa tecnoestructura insensible a la dignidad humana.
Esperemos que este renacer ético no sea un simple barniz, una simple cuestión formal, sino que implique un compromiso radical y coherente. En 2021, o caminamos en esta dirección, o regresaremos a la esclavitud de antaño y, por supuesto, a contemplar sobrecogidos los privilegios y prebendas de esa nomenclatura que amenaza altiva y soberbia a quienes no se pliegan a sus dictados. Ojalá seamos conscientes de la magnitud de la tarea que se cierne sobre las personas que no quieren, de ninguna manera, caer en la sumisión y en la esclavitud.