Los atentados perpetrados en Francia a principios de año en la sede del semanario Charlie Hebdo y la matanza del 13-N en Paris ponen sobre el tapete una realidad que hay que tener en cuenta. El Islam está dividido. En efecto, en el seno del mismo Islam existen diferentes formas de entender la fe musulmana. Para unos, los yihadistas, la fe va acompañada de una deriva radical que ha enrolado para su causa a miles de guerreros a través de la fabricación de señuelos diseñados para captar a una juventud nihilista, sin convicciones, pero sumamente critica con el mundo que les rodea. Sin embargo, también hay musulmanes, los más, que no comparten esta visión totalitaria y que mantienen posiciones más razonables como se puede comprobar en las diferentes y multitudinarias manifestaciones producidos tras los asesinatos del Charlie Hebdo y de Paris.
Es decir, el Islam y los musulmanes son el problema y también la solución. De los países y sociedades de origen musulmán es de donde tienen que venir, dice el profesor Jordán, las soluciones integrales a este problema. El problema estriba en la simbiosis existente entre religión y política, entre gobierno y teología. Por eso, el fundador del American Islamic Forum for Democracy, Zuhdi Jasser, entiende que mientras no se produzca una real separación entre religión y política las cosas no cambiarán. La clave está en la reforma del Islam porque es menester, dice Jasser, que se actualice la ley islámica, la sharia, que se modernice el pensamiento musulmán a través de una lectura crítica de la escritura.
Tal operación de transformación no se produce de la noche a la mañana. Es cuestión de muchos años. Pero para que se comience este camino reformista es necesario que cuaje un movimiento popular contra el islamismo político y a favor de la libertad. Como confiesa Jasser, el islamismo político es una enfermedad que solo nosotros, los musulmanes, podemos curar.
Otro punto de vista bien relevante es el de Jalil Samir, uno de los intelectuales que mejor conocen el Islam. Para él, el mundo islámico está en crisis y los radicales o fundamentalistas han decidido regresar al pasado y restaurar lo que pasaba nada menos que en el período histórico del 640: una guerra mundial para conquistar Occidente.
En fin, las causas del terrorismo yihadista no hay que buscarlas en una radicalización de la población musulmana, sino en un peligroso proceso de rebelión generacional que afecta a una determinada franja de jóvenes que, nos guste o no, abominan de las manifestaciones más abyectas del capitalismo salvaje y del individualismo insolidario que hoy, lamentablemente, caracterizan una civilización que ha abandonado sus señas de identidad. Con otras palabras, el problema no es de radicalismo islámico, no procede del islamismo utópico, viene, y de qué manera, de un inquietante nihilismo.