TODOS Y CADA UNO

A estas alturas, la política está desacreditada. A pesar de ello, ¿es justo tratar, en este punto, a todo el mundo por igual? ¿Es justo aceptar que unos sean inocentes antes que culpables, mientras que otros deban ser siempre culpables antes que inocentes? Dejé hace tres años España. Hace veintidós, Venezuela. Cada país, en un momento dado, se hizo invivible a su manera. Es irónico que, ahora, ante el ascenso de Podemos en España, deba escuchar los temores de que todo acabe siendo como Venezuela. Respeto el temor de la gente, pero respeto mucho más su prudencia.
¿Qué motivos hay para pensar que España reproduzca la situación  venezolana? Y, por otra parte, y repudiando absolutamente la incopetencia y el enriquecimiento de esos socialistas de hojalata instalados en Miraflores, ¿por qué se denuncia la incoherencia de un gobierno que critica el imperialismo yanqui y luego le compra sus aviones militares, y no así la de un gobierno que critica los desmanes del gobierno venezolano y luego le vende sus cazas? Ese tipo de mundo en una sola perspectiva es el que alimenta la sospecha, la frustración y la violencia.
Esa misma estrategia es la que hace que cada crítica a Podemos se transforme en un mayor apoyo popular. Se puede –y se debe– criticar a un partido –el que sea– por sus argumentos, sus propuestas y su ejemplaridad, pero ¿cómo van a dirigir esas críticas los mismos que hacen demagogia para acusar de demagogia, quienes no han hecho propuestas sino que han impuesto sacrificios, quienes mientras tales sacrificios imponían pagaban con la falsa ejemplaridad de sus robos, de sus fraudes y de sus derroches? Podemos ve aspectos positivos en el bolivarianismo elevando la airada crítica de sus enemigos. Pero, es que los vehementes detractores del chavismo en la política espñaola, ¿no han hecho algo parecido? ¿No se han aprovechado de la necesidad y de la credulidad de sus ciudadanos? ¿No han traicionado sus programas y sus discursos de vida con un modelo de vida en flagrante contradicción? Ahora dicen que Podemos se está aprovechando del malestar popular. Si eso llega a ser cierto, ¿no lo hicieron ellos antes?
En España, hay demasiados que han destruido sus brújulas morales y solo creen avanzar por instinto de rapiña. Cuando esos que han aniquilado su rumbo interior son los mismos que decían buscar un mejor camino para todos, entonces, la desobediencia, la rebeldía y la denuncia feroz son virtudes. España es ahora un ejemplo de lo que el afán de poder, resumido en el enriquecimiento ilegal, más allá de toda responsabilidad y sentimiento, puede traer a la gente. Y, ahora, que de pronto un grupo inesperado comienza a escalar posiciones que hacen temblar los viejos cimientos del poder enquistado, entonces sale toda la mierda, todo el hedor de los prejuicios ocultos, todo el desesperado fanatismo que no quiere perder sus regalías, y si para eso hoy toca arremeter contra un Papa que interpreta la enseñanza de Jesús como comprensión abierta al ser humano y a su historia, y no como modelo de inquisición, no pasa nada, mañana tocará culpar a una agónica auxiliar de enfermería de un riesgo de pandemia y hacer cobardes bromas sobre la ejecución de su inocente perrillo. Ya habrá tiempo, al día siguiente, de hacer un lavado de conciencia en una manifestación contra la despenalización del aborto y el derecho pro vida. ¿Pro vida de quién, farsantes?
Hannah Arendt tenía probablemente mucha razón cuando decía que la libertad es siempre una dimensión de la política y, por ende, solo percibible en la esfera pública. Pero, ¿es que el alma de un solo hombre y mujer no es más grande y compleja que todas las manifestaciones colectivas del mundo? ¿Debemos renunciar a nuestra vida interior a la que nos ha arrojado precisamente nuestra más que justificada prudencia ante los excesos gregarios de las manadas? No. No obstante, ¿debe convertirse ese fuero interno en un pretexto para negar egoístamente el mundo exterior, la política y el bien común? Tampoco.
Es un acuerdo entre ambas cosas el único camino para que la crítica impida gobiernos de oligarquía y de perversa complicidad. Sin el plural de un podemos, la singularidad es abstracción inerte. Pero sin una viva singularidad, el todo vuelve a ser engaño, tiranía, decepción. Y cada decepción, nos acerca más a la muerte.

TODOS Y CADA UNO

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