a satisfacción por el repunte del PIB de las economías europeas en el primer trimestre animó a muchos a proclamar una reaceleración de la actividad. Sin embargo, tal pronóstico se ha mantenido lo que han tardado en llegar los cada vez más intensos síntomas de agotamiento. La evidencia ahora de que el PIB de Alemania, la principal economía de la UE, cayó un 0,1 por ciento en el segundo trimestre y su consiguiente contagio al resto de la eurozona, confirma el para los expertos inexorable parón de la economía europea.
En ese su ir y venir del riesgo, siempre con cifras al límite, la economía alemana se ha visto mortificada en sus exportaciones por la guerra comercial entre Estados Unidos y China, por el proteccionismo de Trump –que está colocando en el punto de mira la industria automovilística– y por el bréxit, cuya anunciada y próxima fecha de ejecución, el 31 de octubre, incrementa la incertidumbre.
Con la locomotora germana al borde de la recesión, el Reino Unido retrocede un 0,2 por ciento. Italia, por su parte, sumida en el desgobierno interior, permanece estancada, de manera que el crecimiento de su PIB es del cero por ciento. Francia, la segunda economía de la zona euro, se estira un escuálido 0,2. Suecia retrocede un 0,1. Y a su vez la eurozona y la UE crecen, al igual que Francia, un 0,2; registro considerado también pobre.
¿Y España? Según ha adelantado el INE, en el segundo trimestre el Producto Interior Bruto ha ralentizado su crecimiento, al pasar de crecer el 0,7 en el primero al 0,5 actual. Aunque no sea cierto que somos el país que más crece de la UE, el dato puede parecer bueno en comparación con los mencionados. Pero desentrañándolo en sus componentes, no menos claro es que el PIB se desacelera en casi todos ellos.
Se observa, por ejemplo, una caída preocupante en la industria, que es el segundo sector de la economía; en la inversión, que muestra la desconfianza empresarial para acometer nuevas inversiones; en el consumo, por la prudencia de los hogares, que han visto empeorar sus expectativas, y en el sector exterior, con unas exportaciones que se contraen y unas importaciones que también pierden fuelle por la prudencia antes indicada.
Los datos de paro registrado, afiliación a la Seguridad Social y EPA confirman también el progresivo frenazo de la economía y que nuestro país no es ajeno a la atmósfera de enfriamiento global. La aparente mejoría económica con que arrancó este 2019 se presenta ahora como un espejismo que nos está devolviendo a la realidad con que acabó el año pasado.
No son tiempos, pues, para lanzar las campanas al vuelo, por mucho que el Gobierno en funciones se empeñe en alentar esperanzas y, nadando contra corriente, anuncie que revisará al alza las previsiones de crecimiento para el año en curso.