Empieza el retorno a la anormalidad

Si admitimos que la gestión de la pandemia es España ha sido, ejem, muy mejorable, tendremos que convenir en que el retorno a la llamada normalidad va a ser también bastante anormal. Y lento. Fíjese lo de la salida a las calles de los niños, tan capitalizado en las televisiones por el vicepresidente Pablo Iglesias: hasta cuatro versiones se nos dieron en un solo día sobre hasta qué edades y para qué o cómo podrían ejercer nuestros hijos y nietos su derecho al paseo. O mire la que nos ha montado el ministro del ramo sobre el fin de curso en las universidades, para no hablar ya del de los demás estudiantes o de las pruebas de selectividad. Menudo follón.

Tengo para mí que eso que da en calificarse como ‘desconfinamiento’ comienza con un caos de partida: los tests sobre la enfermedad, que deberían marcar la pauta para el escalonado retorno a la vida al aire libre, comenzarán a practicarse en las autonomías la semana que viene, y no tendremos resultados hasta bien entrado el mes de junio, como pronto. Para entonces, puedo garantizarle a usted que mucha gente habrá abandonado los balcones y se habrá echado a la calle, tenga o no perro o niño, imitando a los vecinos portugueses, franceses, alemanes o británicos. O hasta italianos.

Y no me cuente usted que las amenazas de sanciones por burlar el confinamiento van a amedrentar a una ciudadanía que está manteniendo una conducta increíblemente cívica, valga la redundancia, pese al casi millón de denuncias policiales y a los más de tres mil detenidos, que ya es decir. Sospecho que tendrán que poner en marcha algo parecido a una amnistía específica para evitar el colapso que sin duda viene en los tribunales, que esa va a ser otra. “Tengo 48 años, no tengo niños, ni perro, un trabajo que puedo ejercer desde casa; ¿me van a castigar a estar confinado más que el resto?; de eso, nada”, me decía hace dos días un pariente cercano.

Es decir, la desescalada va a ser asimismo descontrolada, merced a una gestión caótica desde Sanidad, que no solamente hace que los sanitarios españoles sean los más infectados y los muertos en el país batan récords, sino que aún sea muy difícil encontrar mascarillas, guantes y gel en las farmacias de numerosos puntos de España: ayer mismo tuve que encargar todos estos utensilios, que serán obligatorios, y me pusieron en una larga lista de espera: “En ocho días o así”, me prometieron, tendré mis mascarillas.

Así que ya me dirá usted por lo que se refiera al resto. Cuando una ministra, que ni siquiera es la del ramo, anuncia, sin mayores cálculos, que la normalidad en el sector turístico, o sea, hotelero y restaurador, no llegará antes de fin de año, está contribuyendo al hundimiento de un sector que es la primera ‘industria’ del país y emplea a cientos de miles de personas. Si esto de la improvisación total va a ser el camino emprendido hacia la normalidad, no nos faltarán razones para una profunda inquietud.

Y es que, espero que no se me envíe a la caverna por decirlo, la tarea de reconstrucción no puede quedar en las manos de un solo hombre y su círculo de tiza caucasiano, en el que prima la bisoñez, enfrentada a una minoritaria experiencia. No es que espere mucho de esa comisión parlamentaria de reconstrucción del país, que ya empieza a mostrar los síntomas clásicos de inoperancia, ambiciones, rencillas y politiqueríos que son demasiado habituales por estos pagos: es que me veo forzado a esperarlo todo. O nos levantamos con el esfuerzo de todos o esto será más de lo que en este país nuestro es ya normal: o sea, la permanente anormalidad, que ya lleva demasiados años instalada por aquí.

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