ara muchas personas los alimentos transgénicos son poco menos que el diablo. Existe una percepción muy negativa de ellos, alimentada desde ciertos círculos y que no está sustentada en hechos probados.
El mensaje de que son peligrosos y que pueden afectar a nuestra salud se repite una y otra vez. Y eso a pesar de que recientemente un estudio ha demostrado que tras treinta años de consumo de transgénicos no se ha reportado ni un solo caso de problemas de salud.
La idea de que alimentarnos con plantas o animales cuyo ADN ha sido modificado puede afectar al nuestro propio carece de fundamento. Llevamos toda la vida comiendo ADN de otras especies y hasta ahora a nadie le han salido tentáculos por comer pulpo o se ha vuelto de color naranja por comer zanahorias. También llevamos toda la vida alimentándonos de especies cuyo ADN ha sido modificado. En nada se parece el trigo, los tomates o el arroz a las versiones originales de estos productos.
Recientemente ha llegado una nueva técnica que permite modificar el ADN de una forma rápida y sencilla. Es el CRISPR, unas tijeras moleculares que con gran precisión cortan aquellas partes del ADN que no interesan.
Así es posible crear versiones de alimentos que no contengan alérgenos o recuperar sabores perdidos o desarrollar cultivos más resistentes a las sequías y las olas de calor, algo que en el contexto actual del cambio climático puede ser de gran importancia.
La modificación de cultivos es algo más habitual de lo que creemos, empleando técnicas como la radiación o la aplicación de productos químicos para generar mutaciones aleatorias y quedarse con aquellas que resulten más beneficiosas. Una modificación más directa y dirigida como la realizada a través del CRISPR no solo ahorra tiempo y esfuerzos, sino que permite buscar aquellos beneficios que realmente buscamos, sin dejarlo todo en manos del azar. Como el arroz dorado, capaz de producir beta-carotenos que ayudan en la síntesis de vitamina A y de esta forma paliar déficits que pueden llegar a producir desde la ceguera a la muerte.
Lo fácil es dejarse llevar por mensajes alarmistas que identifican todo lo transgénico o modificado en laboratorio como algo malo. Lo inteligente sería ver que hay de cierto en todo esto y descubrir todas las posibilidades que nos ofrece esta edición genética.