Concepción Arenal, una ferrolana ilustrada

oncepción Arenal nació en El Ferrol el 31 de enero de 1820 en una casa ubicada en la céntrica Calle Real, en pleno barrio de La Magdalena donde 200 años después se ubica una placa que conmemora su aniversario.
Para la escritora Anna Caballé, Concepción Arenal está considerada una de las pensadoras más interesantes del siglo XIX que centró su obra en la ética y en la filosofía del derecho, abarcando otras materias como el feminismo y la educación. La mayor parte de sus escritos están vinculados al tema sobre el que giró su vida: la necesaria reforma de las cárceles y los asilos, cuyo abandono y dejadez eran desoladores, así como por concienciar a la sociedad española a cerca de la urgente tarea de disponer de una administración moderna en la que la corrupción de los funcionarios no tuviera cabida legal.
La pobreza miserable, escribe Arenal, en “El pauperismo” es, entre otras desdichas, un impedimento para el bien, concebido como aspiración legítima y justa del ser.  En su libro más traducido y popular, “El visitador del pobre”, afirma que “el dolor no es un estado transitorio ni una consecuencia pasajera de determinadas circunstancias. No es algo que viene y se va. La felicidad es una experiencia efímera, superficial y complaciente. Sin embargo el sufrimiento enfrenta al individuo con sus propias limitaciones: lo hace pensar, madurar; eleva el umbral de su resistencia y fomenta en su interior la necesidad del otro… El sufrimiento es tendón principal de la vida, y pese al espacio que ocupa en la vida humana, nadie nos enseña cómo afrontarlo y aprender de él para que, al menos, rinda un servicio que nos sea útil”.
Figura recurrente en la obra de Concepción Arenal es el paralelismo entre salud del cuerpo y la mente y el recurso al parangón entre salud física y moral. La curación del enfermo y la reinserción del delincuente “enfermo moral”, así como el valor expiatorio o purificador del dolor. Concepción Arenal se ocupa con insistencia del dolor, que no siempre tiene sentido, y afirma: “yo considero la prisión como un hospital, sólo que en vez del cuerpo, tenéis enferma el alma”.
Se muestra especialmente crítica en cuanto a la idoneidad o “inidoneidad” de los medios empleados para disuadir del delito, que con frecuencia tilda de ineficaces, idea que comparte con Séneca. Desde esta posición,  plantea su famosa, y no siempre bien entendida, distinción entre “corregibles e incorregibles” que trascendió especialmente.  Para la autora no se debe hablar de incorregibles, sino de no corregidos, en gran medida porque los medios empleados son ineficaces y deben ser revisados. Donde no es posible corrección o resocialización, cabe la prevención general mediante la intimidación a la colectividad, en casos extremos la inocuización. Partidaria de la ejemplaridad, pero muy combativa con los medios empleados, concepción Arenal se muestra escéptica en ocasiones; indignada otras como respecto a la aplicación de la pena de muerte a los incorregibles.
Ya en 1875, Concepción Arenal se anticipa los modernos estudios criminológicos, adoptando un correccionalismo atemperado, dado que para ella la pena restaura la tranquilidad y sus fines son retribución y prevención general. Por su parte insiste en la dimensión moralizadora del castigo más que ninguno de los correccionalistas. La bondad de la pena descansa en el principio de que esta se aplica para enmendar moralmente una voluntad desviada del orden jurídico. El fallecido profesor, Tomas y Valiente considera  que Concepción Arenal fue una luchadora individualista a favor del oprimido, del pobre, del desgraciado y, muy en concreto, del penado.
La complejidad y riqueza del pensamiento científico de Concepción Arenal no cabe en algunos esquemas convencionales en los que, con un punto de simplificación, algo de pereza y mucho de misoginia se la ha querido encuadrar.
La insigne penalista murió en 4 de febrero de 1893 en Vigo, donde fue enterrada. En su epitafio el lema que la acompañó durante toda su vida “a la virtud, a una vida, a la ciencia”. Sin embargo su frase más célebre fue, sin duda, la de “odia el delito y compadece al delincuente”.

Concepción Arenal, una ferrolana ilustrada

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