Crisis de valores

El todo vale es la actitud que se ha instalado en nuestra psicología colectiva. En estos tiempos lo importante es “conseguir”, sin importar los medios que se usen para ello, parece que todos son legítimos. Antes, hace tiempo, los trepas y oportunistas eran descalificados socialmente. Hoy son un valor en alza.
Se dice que con las crisis mejoran las personas, es decir, que sufren una catarsis de tal magnitud que las convierten en mejores seres humanos. Pero de momento, a pesar de la crisis brutal que estamos viviendo, el egoísmo y la insolidaridad siguen campando por sus respetos. El desinterés sigue ausente en las relaciones sociales, pues lo que realmente cuenta son los beneficios que se pueden obtener de ellas. Aunque para lograrlo haya que traicionar, vilipendiar o calumniar. No deja de ser un comportamiento primario lo cual demuestra, que a pesar de los adelantos tecnológicos de la actual civilización, estamos ante un proceso involutivo como especie.
El “todo vale” se ha instalado en nuestra cultura. Y lo peor es que ha calado muy hondo en el tejido social. Un ejemplo es lo del alcalde de Rasquera (Tarragona).
Hace un tiempo este señor propuso cultivar marihuana para recaudar fondos y sacar así al municipio de la ruina. No se le ocurrió nada mejor que apadrinar una plantación de marihuana para que fuera gestionada por la Asociación Barcelona Cannábica (ABCDA), alegando que tal proyecto crearía 5 puestos de trabajo directos y 35 indirectos. Así se podría ingresar a las arcas municipales la suma de 1.336.000 euros cada dos años (¡increíble!).
Este señor utilizó el empleo como arma –como hacen en Madrid con Eurovegas– para vender esa “brillante” idea. Esto nos demuestra hasta dónde pueden llegar algunas personas con tal de que prevalezcan sus intereses personales. En este caso, probablemente, el alcalde en lo que menos pesó fue en los intereses del municipio.
Vivimos en un medio surrealista. En la novela “El Castillo”, a pesar de haber sido escrita hace tiempo, Kafka construye un retrato casi perfecto de ese surrealismo. Su protagonista, un individuo llamado “K”, lucha contra un sistema alienante e indecente, el cual le produce una gran frustración personal. Es evidente que no se puede utilizar el Código Penal (¡o el de Hammurabi!) para restaurar los valores. No. Es simplemente retornar al sentido común dotándolo de los principios morales kantianos. Rescatarlos del pasado.
Hay que recuperar valores, como la honestidad, el respeto, la tolerancia bien entendida, la responsabilidad, la filosofía del esfuerzo, etcétera. Aunque esos valores tienen que ser reinstalados en el entorno familiar y después en la escuela, primero. Sin ellos somos esto.
Hay personas que hablan de los principios morales universales. Pero no siempre son tan universales. Hay ciertas conductas que son producto de una cultura, por tanto no existe una moral universal propiamente dicha. Lo que sí existen son principios dictados por el sentido común y la lógica científica. Y esos sí son universales.
Hoy son contados los políticos que trabajan para rescatar los valores perdidos. Eso no produce votos. Despotrican unos contra otros, pero lo hacen para mantener sus privilegios. A través de la lucha partidista protegen sus agendas personales. Lo triste del espectáculo es que todavía a estas alturas existen personas –básicamente militantes o votantes fanatizados– que creen en las “escenificaciones” llevadas a cabo en las cámaras legislativas. Una cosa es defender ideas y otra muy distinta rasgarse las vestiduras por una casta política. Lamentablemente –y a los hechos nos remitimos–, en muchos políticos las palabras casi nunca coinciden con sus conductas. Es obvio que cada persona tiene sus ideas. Pero no deberíamos permitir que la intoxicación política nublara nuestros sentidos, impidiéndonos ver la cruda realidad en toda su dimensión. La verdad debe prevalecer por encima de todo, sin importar el partido o la afiliación política de los imputados o condenados. Esas personas no tienen partido, ni fidelidad a nada ni a nadie. Su partido es el dinero.

 

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