Ya llevamos mucho tiempo escuchando eso de que tenemos las generaciones mejor formadas. Que nuestros jóvenes acumulan conocimientos, títulos universitarios y tecnologías a su alcance que nunca antes se habían manejado por nuestros mayores. Seguramente lo dicho es cierto, pero, entonces, algo está fallando. Hablar de un comportamiento irresponsable de la juventud es generalizar y ello siempre supone una injusticia. Claro que la mayoría se comporta adecuadamente y, por lo tanto, no se puede decir que están todos los que son, pero nos equivocamos poco si decimos que sí son todos los que están. ¿En dónde? En las fiestas ilegales, en los botellones, en las calles rompiendo el mobiliario, asaltando comercios o lanzando piedras contra la policía. A ellos se suman, en ocasiones adultos y adultas (no quiero ir a la cárcel) a los que podríamos incluir en el mundo de los asilvestrados, gente que debe sufrir alguna patología no diagnosticada que les comporta dificultades de entendimiento y comprensión y que se suman y alientan a los alborotadores callejeros que nos indignan a todos por su inmensa irresponsabilidad. Nuestros jóvenes tendrán conocimientos, pero no está claro que hayan sido educados en valores. La actitud de los fiesteros supone poner en riesgo a ellos mismos, a sus amigos, familiares y vecinos al ponerse al servicio del virus para su transmisión incontrolada. La solidaridad es para estos jóvenes un concepto hueco, vacío de contenido una soflama que les sirve para ser políticamente correctos pero que no la practican. Tampoco la protección de sus propias familias y amigos es un valor tenido en cuenta por estos activistas pro-Covid, al contrario, son sus aliados más fieles, aunque ello se lleve por delante a sus abuelos, padres o hermanos. Ellos se suponen inmortales, solo esto puede explicar su insolidaria actitud y con ello fulminan otro valor del que carecen, el respeto, a si mismos y a los demás. Ahora llorarán por el cierre de los bares eso sí, desde el piso de un amigo que les abre las puertas para seguir la fiesta y, ya de paso, dándole rienda suelta al virus para su transmisión más incontrolada. No les importa someter a un sector entero a su ruina, a miles de familias al paro, a un país entero a las más profunda depresión social y económica. A lo mejor hemos formado a generaciones enteras en conocimientos exentos de valores, mala, muy mala receta para construir una sociedad mejor, Así pues, ¿son ellos los culpables? Rotundamente no. Los legisladores que jamás han sido capaces de ponerse de acuerdo en los planes educativos, ni en los contenidos, ni en los currículos son los auténticos responsables del resultado de sus nefastas políticas educativas. No se puede pedir a un joven valores que nadie le enseñó. Nuestros jóvenes, no todos, se limitan a imitar a sus ídolos futbolistas, protagonistas de realities, youtubers y consumen una televisión basura que no solo no ayuda a su formación personal si no que generan estereotipos carentes de principios y valores y los anima a buscar fama y dinero por todos los atajos imaginables. Jóvenes de 40 años, si se les puede llamar así, se tiran horas y horas jugando a la Play Station en el sofá de la casa de sus padres y deben confundir la realidad virtual con la vida real. No es así, queridos jóvenes, en la vida real no tienes tres vidas, solo tenemos una y por eso hay que cuidarla. Cada botellón, cada fiesta, cada reunión multitudinaria es una bomba en potencia que puede truncar vuestras vidas y la de vuestros seres queridos, padres, abuelos y amigos incluidos. Ahora seguid jugando a la ruleta rusa, pero antes de empezar la fiesta saludad al Covid, él también está en la fiesta.