El mejor amigo del perro

La ciencia evolucionista tiene un montón de respuestas a todas luces “lógicas” para explicar el origen del perro; que desciende del lobo, que los humanos primitivos se dedicaron a criar a los lobos mansos que acudían a sus asentamientos… Hay abundante literatura al respecto, así como la hay para afirmar que el ser humano es un mono que un día se bajó de los árboles para volverse un inteligente cazador en la estepa. 

Y que un proto homínido semejante a un chimpancé se transformó, por arte del birlibirloque y en unos pocos miles de años, en un ingeniero de naves espaciales que ya se está planteando la minería de asteroides, la terraformación de Marte, y la búsqueda de exoplanetas. Y ya de paso, está empezando a lidiar con los profundos problemas que le plantean el transhumanismo, la inteligencia artificial, y la singularidad tecnológica.

En cuanto al ser humano, considero evidente que la versión “oficial” sobre sus orígenes pueda ser cuestionada, porque hay suficientes flaquezas en la misma como para suponer que es un mito cultural. Un paradigma que se vuelve rancio según se ensanchan los horizontes del futuro humano, y con ello los de su pasado remoto. 

Siendo así que albergo mis dudas sobre los supuestos orígenes del ser humano que me fueron mostrados en la escuela, no puedo evitar hacer lo mismo con los supuestos orígenes del perro. 

Porque si es un enigma el origen de este primate con una curiosidad tan inmensa como el universo en el que habita… ¿porqué no habría de serlo, también, el de su mejor amigo? ¿Esa especie que lo entiende mejor que sus propios congéneres? No es descabellada esta suposición, cuando abundan los estudios científicos e investigadores inconformistas que se cuestionan los orígenes del perro lo mismo que los del ser humano. 

Y es que se han descubierto muchos vínculos de lo más inquietantes entre la mente del perro y la mente humana. De tal forma, que pareciese que el perro fue diseñado específicamente para terminarse convirtiendo en “el mejor amigo del hombre”; Un guardián, un protector, un camarada leal, un amigo fiel, un hermano, un compañero de trabajo, de alegrías y de penas, y muchísimo más. Es bastante misterioso que las huellas del humano y del perro sean capaces de caminar tan juntas en la arena del tiempo como lo han hecho desde siempre.

Por otro lado, también se sabe que la mente del perro tiene una facilidad para entender la voz humana que ninguna otra especie comparte a excepción de los primates, y ni aún así “los monos” son capaces de comprendernos tan bien como lo hacen los perros. Y mucho menos de empatizar con nuestros estados de ánimo como solo ellos saben hacerlo. Es demasiado extraña, en definitiva, esta afinidad que dos especies tan dispares hemos desarrollado.

Y lo es todavía más cuando uno repara en que también con los gatos existe una serie de coincidencias muy semejante a la de los perros. Tanto, que los antiguos egipcios los consideraban “un regalo de los dioses”. Y tampoco puede dejarse de lado la importancia que los caballos han tenido en el desarrollo de nuestra civilización. 

Entonces, no solo cabe preguntarse “¿Quiénes somos nosotros?”, sino también, “¿Quiénes son estos compañeros de viaje que llamamos animales, y por qué hemos desarrollado estos vínculos con algunos de ellos? ¿Qué más tendremos en común, y cuál es el viaje que estamos realizando juntos?”. 
Llegados a este punto, debe tenerse presente que la ciencia cumple la función de ayudarnos a entender el mundo, pero cuando esta nos impide ver más allá de sus limitaciones, conviene recordar que no es la única herramienta para alcanzar esa comprensión. Y que las preguntas más grandes siempre nacen de la imaginación y los sueños primero, y son analizadas por la ciencia y por la razón posteriormente. 

Porque no debe olvidarse que incluso el descubridor del ADN, Francis Crick, sostuvo la imposibilidad de que la estructura de doble hélice hubiese surgido sin una intervención añadida, por considerarla un trabajo de nanoingeniería de una complejidad desorbitada y del cual no se ha hallado ni rastro de los pasos previos a su formación. 

De este modo, mantuvo que la única posibilidad para esta molécula es que hubiese llegado a nuestro planeta ya conformada. En una revista científica de 1973, llegó a afirmar junto con un amigo investigador: “Consideramos la panspermia dirigida como la teoría que concibe que los organismos vivos fueron deliberadamente transmitidos a la Tierra por seres inteligentes de otro planeta. Concluimos que es posible que la vida alcanzara la Tierra de esta manera”. ¿Qué más queda por decir, cuando el descubridor del ADN ya lo había dicho todo?

Y si así fuese que la vida fue “sembrada” aquí con un propósito, es lógico suponer, también, que quienes tomaron esa iniciativa hayan estado interviniendo en el transcurso de su desarrollo. Esto daría una nueva interpretación no solo a los orígenes de nuestra especie, sino también a los de nuestro mejor amigo. 

El mejor amigo del perro

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