El FMI ha hecho públicas sus nuevas previsiones y hay que decir, una vez más, que son sorprendentes. Estima el que la economía española crecerá este año dos décimas más de lo que había previsto en su anterior informe. El PIB de España aumentará, por tanto, un 2,7% en 2016. Casi es el único país al que el FMI le sube las previsiones. Ahora que todos estamos preocupados por la deriva que pueda suponer para la economía el desgobierno, un gobierno de izquierda radical o unas nuevas elecciones, nos sale el organismo con esto. Cierto que urge a España a que resuelva su problema político para que no se tire al contenedor todo lo conseguido hasta ahora. Pero, parece un poco arriesgado hacer estas previsiones en este momento, sobre todo porque ahora casi todas las casas de análisis están en otra onda.
Claro que en este momento también es lógico que el Gobierno en funciones vea muy positivo que el FMI dé por sentado que se han hecho bien las cosas y que un gobierno que continúe las reformas y la política económica puede mantener con bastante éxito lo logrado hasta ahora, que es mucho, y más teniendo en cuenta de dónde venimos. Parece de perogrullo decir que un gobierno de los socialistas con los radicales y los comunistas arruinaría, y no en mucho tiempo, la confianza y los buenos resultados cosechados hasta ahora. Pedro Sánchez parece empeñado en intentarlo. Eso es al menos lo que se puede deducir de sus declaraciones y de sus hechos. La cesión de senadores al independentismo sólo puede explicarse en la búsqueda de un apoyo a la hora de cerrar la investidura.
No hay muchas más opciones. Los optimistas creen que ese frente de izquierdas no se va a producir y que en el último minuto puede haber una coalición probablemente sin Rajoy y sin Sánchez. Luego está la celebración de nuevas elecciones que, a día de hoy, ya no se sabe a quién beneficiaría o perjudicaría. Al país, desde luego, no es lo que le conviene. Nadie sabe nada; van pasando los días y seguimos con algunos políticos cambiando cromos en el zoco en que han convertido al Congreso –y eso que venían a regenerar la vida pública– y, mientras, los problemas de los españoles esperando para ser resueltos.