Madrid y Khashoggi

En un mundo en el que, como advierte Irina Bokova, la información fruto de una investigación rigurosa y con datos verificados compite contra contenidos en redes sociales que a menudo están lejos de ajustarse a estándares de calidad, el caso del periodista saudita Jamal Khashoggi, autoexiliado en Estados Unidos y cuya muerte acaba de reconocer Arabia Saudí, adquiere singular relevancia y refleja hasta qué punto los periodistas son vulnerables. Incluso cuando residen en Occidente, como Khashoggi, que publicaba en “The Washington Post” artículos de opinión en los que denunciaba la falta de libertad de expresión en Arabia Saudí.
Dictaduras, regímenes autoritarios o democracias débiles suman así su fuerza bruta de la intolerancia a los ataques a la libertad de prensa que también practican guerrillas, bandas del crimen organizado e incluso grupos económicos, una señal de que no les importan demasiado las consecuencias de amenazar o asesinar, como observa Silvio Waisbord, profesor de Medios y Asuntos Públicos en la George Washington University y director de “Journal of Communication”.
El caso de Jamal Khashoggi, si bien tiene notoriedad informativa en España, no ha suscitado en cambio grandes reacciones políticas, de modo que los principales partidos se han movido entre ruidosos silencios e inoportunas comparaciones, como la de Podemos, que sostiene que “el asesinato de Khashoggi es horrible, pero mucho más lo es la relación entre Riad y la Casa Real”. El Gobierno de Pedro Sánchez se ha limitado a exigir una investigación transparente de la desaparición del periodista saudí. ¿Se dará Madrid por satisfecho con la revelación de la Fiscalía General de Arabia Saudí, según la cual Jamal Khashoggi murió en una pelea en el consultado saudí de Estambul? La pregunta tiene todo su sentido una vez que un oficial de alto rango de la inteligencia turca dijo que tiene un audio que revela lo que presuntamente pasó: a su llegada al consulado, los asesinos de Khashoggi lo estaban esperando, lo interrogaron, lo torturaron, lo degollaron y desmembraron.
En el mundo, según los datos de Reporteros sin Fronteras, en los primeros nueve meses de 2018 han sido asesinados más periodistas que en todo 2017. Se cuentan por decenas, a veces por cientos. Según “The New York Times”, el caso de Jamal Khashoggi no solo muestra el descaro con el que actúan los enemigos de la prensa y el auge de la violencia organizada contra los periodistas, sino que también revela que una gran parte de los homicidios o actos intimidatorios a la prensa pasan inadvertidos para los gobiernos y la ciudadanía. Parecen olvidarse de que sin periodismo no puede haber democracia, ya que el poder necesita de un contrapeso fundamental: la prensa. 

Madrid y Khashoggi

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