Ya sé, ya sé que Cataluña no es Turquía, ni los colegas catalanes se ven sometidos a las vejaciones y represiones de los turcos. Faltaría más. Pero advierto en la Generalitat, junto a sus otras muchas violaciones de derechos democráticos, como el respeto a las leyes fundamentales, a las minorías parlamentarias y a la seguridad jurídica, una tendencia creciente hacia el pisoteo de eso tan sagrado, tan evanescente, que es la libertad de expresión.
Podría decirlo por muchas razones. Sin duda, usted recuerda unas cuantas. Pero ahora voy a referirme al ‘caso Enric Hernández’, el director de El Periódico de Catalunya, difamado como mentiroso nada menos que por la consellería de Interior y por el mayor de los mossos d’esquadra, que sugirieron que había magnificado y atribuido falsamente a la CIA una presunta nota de la agencia avisando a los mossos, en mayo, de que un atentado podría producirse en breve en La Rambla barcelonesa.
Primero, la Generalitat y el Govern negaron la existencia misma de la nota, de la que, por supuesto, no hicieron el menor aprecio; luego, una vez que no podían seguir negando la evidencia, le quitaron importancia, rechazando que proviniese de la CIA, y atribuyéndole un origen dudoso. Contaron en ello con la complicidad del creador de Wikileaks, Julian Assange, el exiliado político más famoso del mundo, y por quien confieso que sentía un gran respeto, que se lanzó como loco a tuitear la falsedad de la información, llegando a pedir, en coincidencia curiosa con las ‘autoridades’ catalanas, la dimisión de Enric Hernández. ¿Qué pintaba en esto el confinado en la embajada de Ecuador en Londres?
Lástima que Hernández, que es periodista meticuloso, tenía otra bala en la recámara. Y, así, tras toda la trifulca, El Periódico publicaba al día siguiente otra nota, del mismo Departamento conectado con la CIA, que fue enviada tras el atentado del 17 de agosto, y en la que se venía a recordar a los mossos el nulo caso que hicieron a la anterior advertencia, en una especie de mudo reproche ante la negligencia.
Fui de los primeros en felicitar a los mossos por la rápida detección y desarticulación de la célula yihadista. Pero no han sabido evitar morir de éxito: son, sin duda, una buena policía, pero carecen por completo de un servicio de inteligencia que les permita aprovechar la victoria. Y, desde luego, tanto el conseller Forn como su subordinado, el mayor de los mossos Trapero, dedicado a un frenesí de descalificaciones a los medios, han evidenciado no tener la menor idea de cómo tratar a quienes son los intermediarios entre las fuentes y la opinión pública. Una vez más, se ha puesto de manifiesto la absoluta falta de respeto que la Generalitat (hablo ahora de ella, aunque no sea solamente ella quien comparta el vicio) siente ante ese bien, tan caro a los humanos, que se llama información. O sea, ya digo, libertad de expresión.
Mal camino el de desmentir falsamente a periodistas, el de pedir su cese así como así, en cuanto resultan un engorro. Ya sé, ya sé, que en Turquía cierran periódicos y encarcelan a periodistas. O, como en el increíble caso de los dos colegas turcos retenidos en España, solicitan su extradición. Pero no quiero yo saber qué le ocurriría a Enric Hernández el día en el que, en una Cataluña independiente, osara repetir la hazaña de dar una exclusiva molesta al poder, un poder ya entonces sin barreras, sin nadie que les recuerde corrupciones presentes o pasadas, fallos patentes u ocultos. También por eso, por Enric Hernández y por la libertad de expresión, yo no quiero esa independencia a la fuerza que les tratan de imponer a esos españoles tan queridos, los catalanes.