Quizás situemos la esperanza en un sitio que no le corresponde. La esperanza necesita siempre un relato, no así la fe. Ésta es una verdad que no se puede demostrar. Es por eso que tiende más al perdón, a la disculpa de ciertos hechos que de otra manera serían reprochables. La fe católica tiene demasiados santos para que no salven acualquiera de las desviaciones del camino, digamos que tiene una ética más laxa, mas “comprensiva” La esperanza necesita del plano histórico y político para que sea real.
Renovar esa esperanza requiere de un esfuerzo mayor, de reconstruir el discurso, de un morir para renacer en vida y eso supone un esfuerzo. Si la esperanza la situamos en un plano privado la vamos controlando, con una pequeña ayuda de nuestros amigos y nuestra colaboración real.
Es por eso que nos asombramos de que a la derecha le sigan votando a pesar de la corrupción, los absuelvan de pecados que en la izquierda serían inconfesables. Ellos lo tienen todo hecho en la tierra, son además los dueños de la salvación. Hace poco acusaba Mariano Rajoy a algunos de creerse como Adán, el primer hombre, como no teniendo el derecho a usurparle a ellos el honor; el honor que les da el derecho en todos sus discursos de ningunear a sus adversarios.
La izquierda, cada vez que es traicionada en sus esperanzas, tiene que replegarse a sus cuarteles de invierno y volver a armarse intelectualmente; su “ejército” se dispersa con más facilidad. Entra en una especie de depresión temporal que la lleva a un encierro.
La fe confunde las caídas personales con las caídas en el plano político, el hombre es débil ante las cosas de la carne y hay que perdonarlo.
La izquierda con su esperanza a cuestas no perdona, exige un paraíso en la tierra para desterrar de una vez por todas a la fe.
El dios de la razón o su sueño a la vez que crea monstruos, nos deprime, una vez se comprueba que ese “paraíso” nunca llega y que los dioses que lo encarnan son de carne y hueso. La fe es individual, la esperanza colectiva, comunitaria.