El relativismo

Es muy conocida la tesis de que es imposible la verdad absoluta y de que todo es provisional y temporal, porque afirmar una verdad como algo absoluto es una manifestación de intolerancia cuando no de fanatismo o de fundamentalismo. El relativismo, tampoco es, o puede ser, algo absoluto. Es más, como señaló Ortega, el relativismo es una teoría suicida porque cuando se aplica a si misma, se mata. El relativismo se aplica selectivamente. En efecto, pocos tolerarían que el pensamiento relativista se extendiera a la ciencia experimental o a ciertas normas imprescindibles de justicia y civilidad. 
 El problema es que para el relativismo no existe la verdad sino esos buenos sentimientos que se manejan y controlan arbitrariamente desde las terminales de la tecnoestructura dominante, sea mediática, empresarial o política. Hoy todo se resuelve con apelaciones a las sensaciones, a la subjetividad porque se tiene miedo a la realidad, a la objetividad, a la existencia de normas y criterios de comportamiento que puedan poner en cuestión el manejo del sentimentalismo que hacen con notable éxito las tecnostructuras dominantes.
Tras el relativismo, el permisivismo: el “todo vale”, “prohibido prohibir”. Pero, ¿todo vale?, ¿no se puede prohibir nada?. ¿Es posible seriamente este planteamiento? El relativismo tiene evidentes límites como los tiene la tolerancia. En la práctica hay límites, hay prohibiciones: en Alemania se prohíben los actos públicos de grupos neonazis, por ejemplo, y nadie sensato puede pensar que se trata de un acto irresponsable. El propio Berlin acepta que el relativismo no puede ser absoluto y que, en virtud del relativismo, no se pueden justificar todas las posturas, incluso las que suponen en si mismas atentados a los derechos humanos como la actitud de Hitler frente a los judíos. Por eso, no todo es relativo. No lo puede ser, es imposible. De ahí que llegara a decir que “no conozco ninguna cultura que carezca de las nociones de lo bueno y lo malo, lo verdadero y lo falso, la valentía ha sido admirada en todas las sociedades. Existen valores universales”. 
En otras palabras, existe la verdad objetivamente considerada como existen unos criterios racionales y universales que permiten juzgar los actos humanos. El propio autor de “El nombre de la Rosa” no hace mucho reconocía que “para ser tolerante hay que fijar los límites de lo intolerante”. Si solo vivimos en un mundo de preferencias o buenos sentimientos, y no de verdades, ¿en qué podemos basarnos para afirmar que hay opiniones que todos han de reconocer como intolerables, con independencia de la diversidad de culturas o creencias?. 
 

El relativismo

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