Se dice que el sentido de la vida es una vida con sentido. Esto significa que la vida consiste, no sólo en tener consciencia de lo que hacemos, sino también de lo que pretendemos y queremos hacer. Por eso, la vida más que en hacer, consiste en qué hacer para alcanzar nuestros propósitos y objetivos.
Vivir la vida sin ninguna razón, aspiración o motivo para ser vivida es algo contrario a la propia naturaleza racional del ser humano.
La vida humana sólo es propiamente tal cuando en nuestras decisiones y acciones prevalece lo racional y reflexivo sobre lo intuitivo, emocional o pasional. Vivir la vida sin objetivo o motivo alguno es dejarse dominar por el instinto y no por la razón o el espíritu crítico, que nos distingue de los demás seres vivos.
El secreto de la existencia humana no está en vivir, sino en saber para qué se vive, como dijo Dostoievski y eso es debido a que tenemos que vivir y no sólo existir, pues Oscar Wilde reconoce que “lo menos frecuente en este mundo es vivir. La mayoría de la gente existe”.
Es cierto que la vida no es un valle de lágrimas ni una arcadia feliz. La vida es esencialmente conflictiva pues, como dice Karl Popper, “toda la vida es una resolución de problemas” y eso obliga a que, siguiendo a Séneca, “reconozcamos que algunas veces vivir es un acto de coraje” y que “es imposible pasar desapercibido en la vida”, como recomendaba Epicuro.
Fue Nietzsche el que, fiel a su doctrina de la voluntad de vivir, afirmó que “sólo aquel que tiene una razón para vivir, puede soportar cualquier forma de hacerlo”. Esta razón para vivir es la que hace menos dramático el diagnóstico de Schopenhauer de que “el sufrimiento es consustancial a la vida”.
Frente a la recomendación de los estoicos de “acepta la vida como es y serás feliz”, es aleccionador el ejemplo del neurólogo y siquiatra austriaco, Viktor Frankl, que sobrevivió en cuatro campos de concentración nazis en los que perdió a sus padres y a su mujer y, pese a ello, no dudó en afirmar que “cualquier persona, en cualquier circunstancia, aunque sea de sufrimiento extremo, puede aferrarse a una razón para vivir”.
Para dicho autor, la motivación más importante del ser humano consiste, precisamente, en eso: otorgar un sentido a la vida en cualquier situación.
Frente a las adversidades de la vida no cabe la pasividad ni la resignación pues, como aconsejaba Denis Waitley, “la vida es inherentemente arriesgada y sólo hay un riesgo mayor que debemos evitar y es el riesgo de no hacer nada”.
Si todos los seres humanos adoptasen una actitud nihilista ante la vida, nada cambiaría en el mundo ni en la sociedad en que vivimos.
En definitiva, es cierto que, como sentenció Nicholas Bloom, “la gente no suele trabajar, crear o esforzarse sin motivación para hacerlo”