Frankenstein, my love

Holanda ha puesto en vigor una ley que hace a todo fiambre holandés donante forzoso de órganos, si previamente no dispuso lo contrario. No voy a decir que los políticos holandeses se han vuelto unos cachondos, pues en España somos por ley “solidarios donantes forzosos de órganos” desde 1979, por si Uds. no lo saben. Y no sólo de órganos; sino también de “otras piezas anatómicas con fines terapéuticos o científicos”. Hace sesenta y tres años que el cerebro de Albert Einstein anda por ahí, y todavía nadie sabe por qué era tan cojonudo. Me refiero al cerebro, con el que parió la finísima Teoría de la Relatividad. Eso me congratula, pues sé que el mío carece de interés a cualquier efecto. Aprovecho, y expreso, que se respete mi voluntad de conservar mis preciados organillos (fijados al resto del cuerpo por su anclaje natural), de científicos curiosos. Es mi deseo que nadie los estudie, haga un llavero, o maquille y venda como cabezas de Jíbaro.
 

Frankenstein, my love

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