El surrealismo que nació por los años veinte del siglo pasado quebró las leyes de la pintura tradicional para expresar la realidad con imágenes absurdas y fantásticas concebidas por cada artista. Parafraseando a André Bretón, es el triunfo del pensamiento “en ausencia de cualquier control ejercido por la razón”.
Esta vanguardia artística es como una metáfora de lo que ocurre en España desde hace tiempo que la semana pasada tuvo su máxima expresión en una serie de hechos que dejaron un cuadro pictórico de la vida política, social y deportiva surrealista, es decir, deformado, alterado y caótico.
Surrealista fue la exhumación del cadáver de Dalí, el más genuino representante de este movimiento. Claro que, si pudiera ver lo ocurrido de madrugada del día 21, disfrutaría con la escena que alimenta su leyenda.
Surrealista fue lo ocurrido en el proceloso mundo del fútbol, sobre todo el silencio vergonzoso –¿también cómplice?– de los dirigentes amamantados por Villar que llevaba años inmerso en la más profunda de las corrupciones.
Aquí, en Galicia, es surrealista que el fiscal esté pensando recurrir la sentencia que absolvió a una madre por darle una colleja puntual a su hijo con ánimo de corregir, nunca de maltratar.
Surrealismo en estado puro –“funcionamiento del pensamiento en ausencia de la razón”– es todo lo que rodea al “procés” catalán. Sin entrar en otros detalles que dan materia para un curso en Políticas, que el presidente –y miembros de su gobierno– prometa burlar y hacer burlar la ley es la expresión suprema de surrealismo político, chulesco y retador al Estado.
No podía faltar el toque de surrealismo del líder de la oposición que va vendiendo “plurinacionalidad y España nación de naciones” –deben ser para él los grandes asuntos que preocupan a los españoles– como el bálsamo que apaciguará la sublevación de los gobernantes catalanes.
Y surrealista parece la declaración como testigo del presidente del Gobierno esta mañana en la Audiencia Nacional, una citación políticamente sesgada y estigmatizadora que, al margen de lo que allí ocurra, ya tiene la condena mediática.
Son unos pocos ejemplos de la realidad de esta España nuestra. En la Biblioteca Nacional hay nota manuscrita sobre el Capricho 43 de Goya “El sueño de la razón produce monstruos”, que dice: “Portada para esta obra: cuando los hombres no oyen el grito de la razón, todo se vuelve visiones”. Lástima que ya no esté Berlanga para contarlo de manera genial.