Broncas parlamentarias

Aunque no les vemos en las tertulias de la televisión hay diputados que asumen con seriedad y rigor su tarea parlamentaria. Quizá por eso nunca les llaman para participar en los debates televisivos al uso, cuyo registro más frecuente se reparte entre la taberna y el circo. Comentando el bochornoso espectáculo vivido el martes en la comisión del Congreso para investigar la presunta financiación ilegal del PP, uno de esos diputados a los que me refería, se preguntaba para qué sirven este tipo de comisiones si quienes preguntan buscan el titular del telediario y quienes comparecen nunca contestan a lo que les preguntan.
La sesión a la que el llamado a declarar era Francisco Álvarez-Cascos, exvicepresidente del Gobierno y exsecretario general del PP no aportó dato nuevo alguno. Cascos dijo no saber nada de cobros de sobres o sobresueldos ni de financiación alguna ajena a los canales oficiales. Quienes le preguntaban tampoco demostraron haber preparado mucho la sesión. Ninguna pregunta llego a crear incomodidad al antiguo dirigente popular .De la comparecencia sólo queda el bochornoso rifirrafe provocado por el diputado de ERC Gabriel Rufián quien con su habitual tono entre chulesco y perdonavidas llegó a faltar al respeto a la diputada popular Beatriz Escudero, vicepresidenta de la citada comisión.
Todos los informativos de la radio y la televisión se hicieron eco de un episodio que describe por sí solo la degradación de la tarea parlamentaria. Es probable que a lo largo de la semana veamos al protagonista del incidente en alguna tertulia televisiva. La provocación, parece que es su gran aportación a la política. Allí donde acude planta la carpa y monta el circo. Y los periodistas parlamentarios –nueva generación, sueldo escaso y exceso de prisa– le compran a diario el espectáculo y sus jefes incluyen sus gracias en las escaletas de los telediarios. Todo aprovecha para el convento mediático en el que el ruido ha ido poco a poco sustituyendo a la reflexión y a la palabra bien dicha, la que todo lo puede describir sin caer en el lenguaje soez u ofensivo.
Ya digo que los parlamentarios más preparados, que son muchos, no suelen ser invitados a participar en los debates en la televisión. La serenidad a la hora de exponer las ideas, no vende. Lo que prima es el griterío, las descalificaciones personales. La mala educación, en suma. Es una pésima escuela de ciudadanía. El Parlamento es un escaparate. El personal toma nota de las palabras y gestos de los diputados. Sí entre ellos no se respetan, si la vulgaridad en las expresiones de algunos es jaleada por sus compañeros de grupo, a unos y a otros no debería sorprenderles el escaso crédito que los ciudadanos les otorgan en las encuestas. Y es una lástima porque hay parlamentarios serios y de gran altura intelectual. Pero a esos nadie les convoca para participar en los debates. Lo que se lleva es el griterío y el histrionismo, personajes necesitados de llamar la atención de su entorno. Así nos va.

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