El mundo que viene

sin duda las nuevas tecnologías son una estupenda herramienta para poder trabajar desde casa. De hecho durante estos meses de confinamiento muchos puestos de trabajo se han mantenido por la posibilidad del teletrabajo. Pero les confieso que me asusta el augurio de que en el futuro lo habitual será relacionarnos a través de una pantalla.
Si la Humanidad ha progresado ha sido porque hemos sido capaces de relacionarnos y colaborar los unos con los otros.
Habrá quién diga que en el siglo XXI las relaciones pueden ser igualmente fructíferas a través de una pantalla, pero me parece a mi que si dejamos de vernos en vivo y en directo estaremos perdiendo jirones de humanidad.
Nadie me va a convencer de que la enseñanza telemática será un adelanto estupendo. Pues mire usted NO. Y digo un NO alto y rotundo porque los niños tienen que relacionarse, jugar, hablar, compartir. Un mundo donde los niños aprendan en la soledad de sus casas será un mundo terrible y triste. En cuanto a los maestros ¿de verdad es igual “ver” “observar” “escuchar” a un niño directamente que hacerlo a través de una pantalla. La excepcionalidad de este momento no puede convertirse en regla.
Lo mismo digo de la telemedicina. No es posible un buen diagnóstico sin un médico examinando al enfermo. Una cosa es el seguimiento de una enfermedad, o la posibilidad de no hacer salir de casa a una persona enferma crónica simplemente para que le den una receta, pero otra muy distinta es contarle al médico por vía telemática unos síntomas y a partir de ahí que te hagan el diagnóstico sin que ni siquiera el médico pueda examinarte. Me remito a los días de confinamiento cuando aconsejaban no salir de casa y llamar por teléfono a los centros de salud para explicar los síntomas que se tenían y el consejo era no salir de casa y tomar paracetamol. 
Muchas personas aguantaban hasta que no podían mas y sus familiares les llevaban al hospital, en ocasiones ya era demasiado tarde. Si un médico les hubiera evaluado directamente y no por teléfono a lo mejor no habrían retrasado su llegada al hospital.
No, yo no quiero apostar por un mundo telemático. Lo que más me ha costado en el confinamiento ha sido no poder estar con las personas que forman parte de mi vida cotidiana. Familia, amigos, personas relacionadas con mi trabajo... Les he echado muchísimo de menos.
Yo soy de las que prefieren ir a comprar tomates a la tienda aunque sea mas cómodo comprarlos por internet. Y lo hago aunque no tenga tiempo porque no quiero perderme el contacto con la gente. Hay quién aventura un futuro donde no haya que salir de casa, en que todo se pueda hacer y conseguir con un clic.
Espero que no lleguemos a eso porque si el aperitivo han sido estos setenta días de confinamiento no quiero ni pensar en un mundo donde no nos relacionamos salvo a través de una pantalla.
Además una sociedad así estaría poniendo los cimientos para que cualquier gobierno pudiera hacer y deshacer a su antojo controlando a los ciudadanos metidos en casa sin salir y sin hablar los unos con los otros salvo a través del frío de la pantalla o a golpe de tuit. Seria tanto como sumergirnos en la terrible distopía orwelliana. Es el camino mas corto para que el Gobierno, sea del color que sea, nos convierta en súbditos y dejemos de ser ciudadanos. Es decir estaríamos permitiendo que se ponga el germen del totalitarismo. Piénsenlo.  

El mundo que viene

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