Tenemos que bajar el ritmo

dicen los que saben de confinamientos –por ejemplo, porque los han vivido en un barco en alta mar– que es básico mantener activos cuerpo y mente. Y nos hemos venido arriba. Hay quien en un solo día de reclusión en casa ha hecho más que en dos meses de vacaciones. Invadidos por una especie de frenesí, limpiamos rincones en los que jamás nos habíamos fijado, horneamos galletas, hacemos una sesión de zumba online y de pronto nos entran unas ganas irrefrenables de hablar por videochat con una prima de la que hace cuatro meses que no sabemos nada. Tenemos que bajar el ritmo de actividad, porque si en las primeras veinticuatro horas ya necesitamos estar ocupados todo el tiempo, no vamos a llegar al día quince –y mucha suerte tendríamos si solo fuesen quince los días– con la cabeza en su sitio. Un poco más de aburrimiento, que ya llegarán las épocas de no poder parar.

Tenemos que bajar el ritmo

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