¿No querías una taza de caldo…? Pues tomarás dos. Así lo han decidido los comisarios bolcheviques, con labores de ingeniería social, para echar sal en las heridas abiertas de los compatriotas que habían cicatrizado con la Transición. Volvemos al homicida condenado al Este del Edén. ¿Necesitamos una segunda ley cainita de memez histérica? ¿Si la primera sirvió poco más para cambiar nombres de calles –algunas equivocándose– ya me dirán los objetivos de la nueva? El entierro de los muertos estaba garantizado y nadie lo iba a discutir.
Pero ahí debió establecerse el límite para que no sea el cuento de nunca acabar. Conviene, además, recordar que estos de la memez cuentan desde el 18 de julio de 1936 cuando los hechos venían de antes: falsedad electoral –los burgos podridos–, la revolución de Asturias, los episodios de Casas Viejas, expulsión de Jesuitinas, huelgas generales, quema de iglesias y conventos, ley de defensa de la República, la censura, cierre de periódicos, asesinato de Estado… Los militares se alzaron victoriosos y Franco en 1939 inició su dictadura –cautivo y desarmado el Ejército Rojo…– que duraría cuarenta años, preservando nuestra neutralidad en la guerra mundial y haciendo alguna que otra cosilla hasta morir en la cama.
Hay que cerrar definitivamente la democracia “orgánica”. El ferrolano desapareció hace cuarenta y dos años. Las nuevas generaciones ni por el forro lo conocen. Nuestra actual libertad nos pertenece como expresión individual y social para ejercerla, junto a la no menos transcendental libertad de cátedra. No nos equivoquemos.
Hay mucha picaresca contra el Estado y sus instituciones. No queremos salvadores de patrias o supervisores de ideologías. Todos fuimos víctimas y verdugos. Rescatemos el espíritu de la Transición… No queremos que vuelva a llover –pese a la sequía– sobre lo mojado. Queremos leyes hechas desde la verdad. Que nos harán libres y propagarán el amor entre todos los ciudadanos.