Raro es el día que no despertemos con un nuevo caso de corrupción. Desgraciadamente cada vez somos más semejantes los humanos, una gran mayoría de ellos no buscan más que el poder del dinero y del prestigio social a costa de lo que sea. Ya no hay principios, no se lucha por unos ideales, la mayoría justifican los medios para conseguir su fin supremo: “bebamos y comamos que mañana moriremos”, sin importar para nada que haya miles de familias que pasan hambre, sin una educación básica adecuada, con índices desorbitados de pobreza infantil, ciudadanos sin trabajo ni prestaciones, o comer una o dos veces al día, y desgraciadamente como menús habituales compuestos de pasta, arroces, galletas y leche y así una y otra semana.
La corrupción política ya era algo que se conocía y considerada, por algunos personajes, como inevitable pero en los últimos tiempos, son cada vez más los casos conocidos de corrupción, engaños, estafas, enriquecimiento ilícito, apropiación indebida de fondos y dinero público y lo peor de todo es que son casos que se ejecutan de una manera consciente. Incluso algunos de estos individuos, colectivos o empresas que incurren en estas prácticas ilegales y moralmente inadmisibles están convencidos de que lo volverían a hacer si no fueran descubiertos por las fuerzas de seguridad o los propios jueces, en esas macro operaciones, con decenas de implicados.
Recuperar los valores humanos, la solidaridad, la empatía, la importancia de lo público es cada vez más necesario si, en verdad, queremos dejar una herencia digna a las futuras generaciones.