Un efecto colateral de la comisión de investigación que tiene abierta el Congreso ha sido la resurrección de Aznar. El que fuera presidente del Gobierno y todo poderoso presidente del PP fue requerido para comparecer ante sus señorías y así sucedió. Lo que ocurre es que los resultados derivados de su comparecencia no fueron los que la izquierda esperaba y por ello el quintacolumnismo más izquierdoso se ha apresurado a crear un “relato” distinto de lo que allí ocurrió.
Esperaban un Aznar jubilado, sin ganas de batalla y alejado del PP, lo que les permitiría ahondar en las heridas para causar mayor daño al nuevo PP de Casado y cercenar las expectativas que el joven dirigente ha despertado entre el electorado de centro-derecha. A los que tales cosas esperaban todo les salió del revés. Aznar no fue para ser el pin pan pun de los nuevos inquisidores que arropan el Gobierno, todo lo contrario, fue a dar batalla y enfrentarse cara a cara con el populismo de Iglesias, las debilidades de Sánchez, la incoherencia de los independentistas y la desvergüenza de los herederos de ETA.
Uno de los errores de los que le convocaron fue no medir bien el hecho de que el expresidente no fue llamado en ningún momento por los jueces ni como imputado ni como investigado ni tan siquiera como testigo en los procesos que afectan al PP y esta realidad le dejaba total libertad para desarrollar su estrategia ante las señorías presentes y así lo hizo, a mi juicio con éxito. A los socialistas les recordó que su lucha contra la corrupción pasa por Andalucía, donde se dirime en sede judicial el papelón del PSOE en el asunto de los ERE que tiene imputados a más de 300 cargos públicos del partido y más de mil millones que explicar.
Al histriónico Rufián le recordó su pertenencia a un partido golpista que pretende romper el orden constitucional y que tiene entre rejas o huidos a sus máximos dirigentes, amén de ser socios de Convergencia y los Pujol, que de corrupción saben latín. También tuvo para los proetarras porque Aznar es víctima de ETA, lo intentaron asesinar poniéndole una bomba a su paso por una calle de Madrid. También se llevaron lo suyo los nacionalistas vascos, que no supieron explicar su relación con el caso de una caja que intenta justificar por qué le condonaron algunas deudas al partido de Urkullu. Pero todo esto no era el objetivo de Aznar.
El “ex” quiso mandar un mensaje a las bases del PP y al electorado de centro derecha que anhelaba un líder que plantara cara a la izquierda tradicional y a la asilvestrada. Y este objetivo lo consiguió con creces. El PP mantenía una estrategia de baja intensidad contra los partidos que sustentan a Sánchez, parecía que se había convertido en un encajador de golpes pero que no devolvía ninguno. Las formas del PP habían alimentado el crecimiento de unos dubitativos seguidores de Rivera que pretendieron cargarse al PP para quedarse con sus votos, sin que el PP pareciera tener capacidad de responder al envite de los naranjas, que hicieron de la debilidad del PP su gran fuerza para elevar el tono de sus soflamas y que se quedaron descolocados tras la moción de censura que ellos mismos, sin saberlo, alimentaron. Me cuentan que muchas provincias reclaman la presencia de Aznar en las próximas campañas.