La confianza en los gobernantes es uno de los pilares de la democracia. Pero se convierte en imprescindible en tiempos de incertidumbre. Eso se consigue, entre otras cosas, con la mesura y responsabilidad en los mensajes. Ni minusvalorar el riesgo por miedo a las consecuencias económicas, ni hacer anuncios vacíos de contenido que desatan el pánico.
El viernes, cuando los casos de contagio se multiplicaban cada hora, casi todos los dirigentes autonómicos, municipales y el propio presidente del Gobierno, se vieron en la obligación de anunciar medidas de contención, cada uno por su lado.
Andalucía y Murcia, ante el temor de que los madrileños decidieran tomarse la cuarentena en sus playas, confinaron pueblos costeros. Quim Torra, al que no ha preocupado lo más mínimo la gestión pública de su cargo al frente de la Generalitat, pretendió cerrar Cataluña por tierra, mar y aire, desbordando, una vez más, sus competencias. Eso sí, instó al Gobierno central a “acompañar” su decisión. Menos mal que ni el espacio aéreo, ni el marítimo, ni los transportes públicos terrestres, dependen de su cargo. Era la utopía de una Cataluña escindida del resto al grito de ¡sálvese quien pueda!
Por su parte, el presidente del Gobierno, que llevaba semanas sin comparecer ante los medios, cita a la prensa en Moncloa para anunciar, primero un plan de choque sin concretar en qué consiste, y el viernes para comunicar un “estado de alarma” que no se va a declarar hasta el día siguiente. Ante las colas que se montaron en los supermercados horas después y los atascos para salir de Madrid, cabe preguntarse si era preciso anunciar la alarma sin decir en qué consiste.
Si a eso le sumamos que el alcalde de Madrid afirmó, poco después, que no descartaba el cierre de la ciudad, el pánico estaba servido. Dado que las medidas de cierre de los comercios, bares y restaurantes se extienden a toda la Comunidad y que se insta a los ciudadanos a permanecer en sus domicilios, que la capital se acabe cerrando no va a suponer un problema mayor. Pero lo importante es cómo se dice y quién lo dice. Porque, por ahora, el único con la credibilidad intocada es el experto Fernando Simón.
La clase política, en general, que hoy dice una cosa y mañana la contraria, se ha dejado jirones de su capacidad de convicción y la fiabilidad de sus mensajes. Eso, a lo que nos hemos acostumbrado en el día a día de la acción política, resulta demoledor cuando nos enfrentamos a una pandemia que hemos tardado --todos-- tanto tiempo en advertir.
Ahora no nos queda otro remedio que creer cuando se anuncian tiempos difíciles. Porque esto va a ir a peor y lo sabemos. La sociedad española, puntera en solidaridad, tiene la oportunidad de volver a demostrarlo. Y la mejor medida, como ya evidenció China, es el encierro.