Si un alienígena aterrizara por aquí a mediados de este agosto vacacional podría sacar la conclusión de que la única reunión importante celebrada durante este verano fue la que mantuvo el ministro del Interior con el imputado Rodrigo Rato para hablar de asuntos “exclusivamente personales” o para hablar “de todo lo que me está pasando”, según la versión de uno u otro.
Y no es así. El 13 de este mes, un día antes de que Jorge Fernández Díaz diera explicaciones poco convincentes en el Parlamento, el ministro de Educación celebró otra reunión con los consejeros de las autonomías para tratar asuntos menos atractivos para la refriega política, pero de más trascendencia para el país.
Era la primera reunión que convocaba el nuevo ministro para hablar de la aplicación de la cuestionada Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (Lomce) y lo primero que hay que destacar es que duró más de cuatro horas y todos salieron de ella relajados porque del Ministerio de Educación desaparecieron las formas crispadas y provocadoras del anterior titular que tensaban el ambiente e imposibilitaban el entendimiento.
Méndez de Vigo inaugura un tiempo nuevo en Educación. “Yo voy a cualquier diálogo sin prejuicios, es la única manera de obtener resultados”, decía en una entrevista posterior a la reunión en la que “hablamos de muchas cosas, especialmente de lo que podemos hacer juntos en el futuro...”. Cautivó a los consejeros por su flexibilidad en la aplicación de las reválidas, uno de los puntos más cuestionados: “Las evaluaciones hay que hacerlas. A partir de ahí voy a escuchar a todo el mundo y al final espero que logremos un acuerdo entre todos... Estoy convencido de que a todos nos guía el mismo objetivo que es mejorar la calidad del sistema educativo”.
Hay más buenas noticias para la educación, como el aumento de la tasa de reposición del profesorado y menos alumnos por aula. Pero lo más relevante es que el ministro armoniza firmeza de convicciones con una actitud dialogante y constructiva. Viene de Bruselas y sabe que es mejor abrir el debate y buscar espacios de entendimiento que aplicar el rodillo de la mayoría absoluta.
No sé si tendrá tiempo para obtener resultados, pero su talante conciliador “humaniza” al partido que representa –es su mejor plan de comunicación– y lleva a pensar que aún es posible el gran acuerdo sobre la educación que los políticos deben a los ciudadanos. De ella depende el futuro del país.