La duda ofende. El interrogante sobre el nuevo fracaso de la izquierda ferrolana para conformar un gobierno municipal estable y, sobre todo, con la suficiente confianza entre sus socios, solo se despejará una vez comprobada sobre el terreno la capacidad que tiene un ejecutivo de seis concejales. Ocho, a lo sumo, en el hipotético caso de que solo se vea respaldado por la edil independiente en las filas socialistas María Fernández Lemos, a quien el alcalde, Jorge Suárez, ratificó ayer en sus funciones como responsable de Urbanismo, o de que la histórica socialista Rosa Méndez, de Patrimonio, haga pesar más su responsabilidad y compromiso ante la ciudad que frente a su partido.
El anuncio de Suárez es coherente porque no cabía otro ante la tensión de un grupo socialista que no ha dejado de ajustarse a las necesidades de su líder.
Frente a la cohesión, característica en la que insistía que definía a su lista pese a las dimisiones en la ejecutiva local de la que es máxima responsable, y a forzar la marcha de independientes como Felipe Sas y, ahora, Fernández Lemos.
Es lo que tienen los independientes. Si no se van por su propio pie, hay que echarlos. Y eso no siempre es posible. Lo hizo Sas pero no estaba dispuesto a hacerlo la edil de Urbanismo, que ayer desvirtuaba a través de un comunicado las razones por las que Sestayo había solicitado a Suárez que le retirase las competencias.
quince meses
Al alcalde se le recordará, en cualquier caso, al menos durante bastante tiempo, por el hecho de que retirar las competencias a todo el grupo socialista a excepción de las dos ediles mencionadas, ha sido la principal decisión que ha tomado en estos quince meses escasos de cohabitación imposible y nunca deseada por ambas partes.
Se oponen dos modelos antagónicos, como por otro lado es habitual en el panorama de este país, a la hora de entender la izquierda.
Para los socialistas –es evidente– resulta más llevadero congeniar con el PP que hacerlo con una izquierda que además le ha restado un protagonismo que se extiende a lo largo de toda la nueva democracia española.
Para una formación que ha aglutinado sensibilidades, corrientes o alternativas, nada de la acción política de, al menos el PSOE de Beatriz Sestayo, puede resultarle atractivo. Les puede faltar la experiencia que acumula aquella, pero, a la vista está, les llega la ideología y, en especial, la necesidad de defender lo que predican: una responsabilidad ante el electorado que no se reduzca a mera propaganda efectista. O era optar por lo primero o era dejarse arrastrar.
De hecho, de esto último ya podría hablar sobradamente Ferrol en Común, que pese a tener más ediles que sus ya exsocios de gobierno había dejado en manos de estos últimos las principales áreas de responsabilidad.
Suárez no ha roto el pacto. Opta por que lo hagan los demás, aunque a estos no les quede más remedio que hacerlo porque lo contrario no solo sería reconocer su fracaso sino también una corta capacidad de prever los derroteros a los que estaban condenados a llegar mediante tan desmesurada como drástica petición.
Por algún motivo que se escapa a toda comprensión, pero que es fácilmente constatable, el mes de septiembre parece jugar un papel protagonista en las peripecias políticas locales. En septiembre de hace ahora ocho años rompía también el acuerdo de gobierno entre el socialista Vicente Irisarri –como Sestayo también como protagonista– y la Esquerda Unida de Yolanda Díaz.
También fue en septiembre –1989 y 1991– cuando se sucedieron las dos mociones de censura que llevaron al socialista Manuel Couce Pereiro, de forma consecutiva, a la Alcaldía de la ciudad. Algo tendrá que ver esto de la marcha del verano y la entrada del otoño con las entrañas de la clase política local a la hora de tomar decisiones, cuando menos, decisivas para el gobierno de una ciudad que tradicionalmente ha ido alternando los gobiernos de derechas y de izquierdas.
Una casa de apuestas hubiese obtenido pingues beneficios en el caso de haber tenido en cuenta lo que muchos pronosticaban en esta ciudad. De examinar las expectativas de duración que tendría el acuerdo de gobierno, el premio estaría más que repartido, aunque pocos hubiesen podido sostener o prever que la cohabitación iba a durar el mismo tiempo que lo que duró la anterior experiencia, sobre todo teniendo en cuenta que es también un candidato de Esquerda Unida, como es el caso de Suárez, la que le ha tocado lidiar, aunque en un papel inverso, con una situación muy similar a la de 2008.
La responsabilidad recae también en gran medida, en lo que al socialismo ferrolano se refiere, en la Ejecutiva provincial, que ha de decidir si disuelve la local o permite la continuidad de una política a todas luces desgastada en virtud de sus decisiones internas, que es tanto como decir las de su secretaria general.
Lo mismo sucede en lo que al socialismo gallego actual se refiere, que ya desde hace excesivo tiempo contempla un reemplazo para el ferrolano que tiene en representantes como Ángel Mato –ahora senador– su principal y más conocida apuesta.
La decisión, pues, de Suárez es extremadamente sutil y está, sin duda, muy lejos de cualquier previsión que hubiese manejado Beatriz Sestayo, relegada ahora a un papel en la oposición que la fuerza a transmitir al menos algo de coherencia a la hora de facilitar la gobernabilidad local en cuestiones tan básicas y trascendentes como la presupuestaria.
En cualquier caso, hacer lo contrario, manejar el “no” como único supuesto político, no haría más que dañar un papel muy lejano del que está acostumbrada a desempeñar y contrario a cuanto siempre ha postulado, empezando por reiterado compromiso con los intereses de los vecinos y el progreso –si es posible– de la ciudad.