A los políticos no les cabe ni más maldad ni inocencia alguna; afirmación que no niega que la perversidad pueda ir en aumento y, sin embargo, ciega toda posibilidad de que le sea concedido el beneficio de la ingenuidad, a la hora de juzgar sus palabras y actos.
Los políticos tomados uno a uno, tal y como afirmó G. Celaya, pueden ser mejores o peores personas, pero extraviados en el guirigay del partido muestran un comportamiento similar al de las bestias, no obedecen a otra razón que la de la saciar no la necesidad sino la ambición.
De otro modo, no cabe pensar que puedan ser tan voraces a la hora de la mordida y tan desatentos con la realidad de los ciudadanos en sus actos de gobierno u oposición.
Ocurre que al margen de sus condiciones y creencias, cuando traspasan las puertas de esos chiringuitos de poder en que se han convertido sus siglas, se ven deglutidos por una boca de ambición que los mastica para un fin concreto: alcanzar el poder y conservarlo, y con él los beneficios legales, ilegales o alegales que le son propios. Esa es hoy la única noción ideológica de todos ellos, cuestión aparte es su grada votante, me refiero a esos grupos sociales que los contemplan como la esperanza de construir una sociedad más justa y también a aquellos que buscan ajustarla a sus apetencias.
El sistema se ha viciado, es eso, y todo el que entra en él se ensucia, mientras nos limpian los bolsillos; los del pantalón y hasta los del alma.