actividades para un joven naturalista y algunos de los cuadernos de campo del doctor Rodríguez de la Fuente fueron algunas de las publicaciones que me compré con catorce años. Fueron unos meses ilusionantes en los que en mis múltiples salidas a la playa, a la laguna o al monte, casi a diario, siempre me acompañaba este librito y alguno de los cuadernos del famoso naturalista.
Me llamaba la atención lo que transmitía en su preámbulo el libro sobre las actividades para un joven naturalista en el que se decía: “Para la mayoría de la gente, todos los árboles son iguales. Y todos los pájaros y todas las hierbas. Pero más allá de nuestras ciudades hay un mundo distinto, un mundo vivo donde los árboles lanzan sus ramas al viento y donde las mariposas viven su increíble historia”.
En aquella época las mantis religiosas, los insectos palo, los lagartos, lagartijas, culebras y otras especies que tanto abundaban en los montes cercanos a la vivienda familiar ya no eran lo mismo. Me paraba a tocarlos, observarlos e incluso me los llevaba a casa para disfrutar con ellos más tiempo, para luego devolverlos a su hábitat natural. Era de la adolescencia, una de las mejores etapas vitales, que despertaba la necesidad de vivir nuevas experiencias.
Eran otros tiempos. Algunas vivencias eran tristes, como el ver a diario desplomarse a los mirlos, cuervos y urracas que se posaban en los cables de alta tensión. Caían como moscas, electrocutados sin que nadie pudiese ni quisiese hacer nada, mucho menos la empresa eléctrica, que culpabilizaba a las inocentes e inofensivas aves por posarse en los cables, sin ningún tipo de protección. Sin duda eran otros tiempos.