Mientras escribo suena en la estancia El Rey, la ranchera más emblemática del folclore mejicano. “Una piedra en el camino me enseñó que mi destino era rodar y rodar / También me dijo el arriero que no hay que llegar primero, pero hay que saber llegar”, canta Vicente Fernández con un derroche de fuerza y sentimiento por la pena del amor no correspondido.
Estas estrofas son como una metáfora de las prisas que mostraron la semana pasada las ministras de Igualdad y Trabajo por “llegar primero” sin hacer caso al arriero que, con buen criterio, aconseja que lo importante es “saber llegar”. Es decir, “rodar y rodar”, foguearse en el tajo para llegar después con el trabajo hecho con el rigor de una buena gestión.
Dicen los expertos que el anteproyecto de la Ley de Libertad Sexual de la ministra Montero es un bodrio repleto de agujeros legales, de redacción y ortográficos. Una muestra de indigencia jurídica para “llegar primero” y ganar la batalla del feminismo. Por eso, es lamentable que el vicepresidente, su pareja, acusara de “machista frustrado” al ministro de Justicia que mandó a los técnicos a corregir un texto vergonzoso.
En paralelo, la ministra Díaz publicó la Guía de actuación ante el coronavirus que es disparatada y, según la patronal y los sindicatos, genera confusión entre empresas y trabajadores. Moncloa le recordó que tomar medidas ante el virus chino corresponde a Sanidad, una descalificación en toda regla.
Con todo respeto, a ambas ministras les falta un hervor. Desconocen los temas e ignoran los procedimientos. Si hubieran pasado por una empresa sabrían que el trabajo en equipo implica coordinación y sinergias con otros departamentos. Y sabrían, además, que la clave de una buena gestión no está en llegar primero sino en llegar con el equipaje de planes de acción que aporten resultados a la compañía.
Pero en honor a la verdad, ellas solo tienen parte de culpa. Sánchez e Iglesias firmaron el pacto de gobierno de coalición 24 horas después de las elecciones, también con “prisa por llegar” al poder -en Alemania socialdemócratas y conservadores tardaron seis meses en configurar la coalición- y se repartieron los ministerios sin describir competencias y funciones.
Por eso ahora van por libre, cada uno a su bola, con un presidente incapaz de coordinar el Consejo de Ministros que, antes que un equipo de trabajo cohesionado, es un grupo de políticos divididos e inmaduros cuyo único proyecto es ocupar el poder.
En solo dos meses, varios ministros y el gabinete en su conjunto alcanzaron el techo de la incompetencia política y gerencial que formula el principio de Peter. En estas manos está el gobierno del país.