Contra la traslúcida opacidad

El Banco de España tiene la sana, y esperada, intención de controlar como nunca antes los consejos de administración de las entidades bancarias. En una economía que se supone, pese a la evidente incertidumbre e insondable crisis que la atenaza, una de las principales del mundo, lo extraño es que esto, bajo el eufemístico título de “Análisis de los procedimientos supervisores del Bando de España”, no se hubiese llevado antes a cabo. Todavía colea en Galicia la respuesta del antiguo máximo responsable de Caixanova a la inquisitoria pregunta de uno de los miembros de su consejo de administración en el sentido de reclamar información sobre las percepciones de los antiguos directivos. Dado el estado actual de las cosas, que tal vez sobre comentar pero que tal vez convenga recordar –el embargo de los bienes del susodicho, por ejemplo–, la respuesta dada era claro reflejo de hasta qué punto la opacidad formaba –¿forma?– parte del mundo rector de la banca española. Y es que aquél se negó en rotundo a rendir cuentas. Vista la salida, cabe preguntarse para qué existían los consejos de administración, o al menos qué sentido tenían que determinados miembros, sin capacitación, formación o interés alguno –salvo el “lógico” de decir que se está en tal órgano rector, ya saben, eso que tanto gusta por aquí, que no es otra cosa que la vanidad– estuviesen en ellos salvo para levantar el brazo, o dejarlo en su sitio, cuando terciaria a los intereses de turno.

Lo de traslúcida viene al caso por el hecho de que, pese a constatar lo evidente, aquí todo el mundo hacía oídos sordos o, mejor aun, cerraba la boca. Tan constatable es lo dicho que es precisamente esta circunstancia la que escandaliza, ahora que en la picota de la Justicia se encuentran no solo personas, sino formas de actuar, comportamientos que, en el más esencial de los ejemplos, nos llevan a desconocer en qué emplea la banca el dinero de los inversores.

Evidente también resulta la constatación de que si ahora se producen mínimos intentos de transparencia esto es más una consecuencia de la alegalidad –quedémonos con el principio de inocencia– que de un interés manifiesto por dejar las cosas claras o, cuando menos, no con tanta soberbia y desprecio como, por lo que parece, se ha hecho patente hasta ahora. La cuestión inicial sigue girando sobre el principio básico de la integridad, término o concepto que, como todo el mundo sabe, corre disparejo en numerosos casos al enriquecimiento y el exceso, tanto aquel que se ha practicado como este más voluble que el resto de los mortales de este país dejamos que se practique.

Contra la traslúcida opacidad

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