La ironía como amistad

Una fundamentada colaboración del psiquiatra Enrique Rojas, “La otra religión: la amistad”, me provoca examen de conciencia. Cierta contradicción sobre lo que pudo y nunca fue en mi vida con respecto a las amistades. Yo tuve muchos conocidos –estudiantes, colegas profesionales, convecinos, gentes de todo a cien–, pero muy pocos amigos. Se cuentan con los dedos de la mano y sobran dedos. Amigos amigos son harina de otros costal. Quizás por culpa de mi carácter introvertido, la timidez que me acongoja, una vergüenza mal entendida que me contrae como caracol en su guarida cuando un rayo de sol pasea.
Envidiaba a mis hermanos. Ellos en un plis-plas se hacían acreedores a lazos de afecto ajeno compartiendo estudios, deportes y diversiones… Yo me mantenía a la expectativa. A verlas vir sin sacar fruto de mi árbol de impotencia. Y es que todo se reduce a saber compartir. Así la amistad es una forma de amor sin sexualidad. Un jardín que hay que cuidar a diario para que no se deteriore. Comunicación. Afinidad. Entrega. Ser capaces, recíprocamente, de contarse cosas como receptáculo donde se generará una reacción lógica de solidaridad.
La amistad –insiste Rojas– hace que uno se sienta acogido, captado, comprendido… Si se me permite la piruleta lingüística usando como escudo la ironía para justificar mi aislacionismo. Necesitaba la retranca ante familiares que consideraban raro. Tenía que decir lo que quería sin que les pareciese mal a ninguno. “Por un lado, ti xa ves e, por outro, que queres que che diga”.
Mientras, oráculo de Delfos en el bolsillo de la chaqueta, conocerse a sí mismo abre el atajo para abrazarse con los demás. Tampoco conviene olvidar que alcanzada la cuarentena la vida es un resultado. Ir de fracaso en fracaso sin perder entusiasmo comporta el éxito. Dar sin esperar nada a cambio...

La ironía como amistad

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