Alejado momentáneamente el fantasma de la Francia de Vichy, queda en las redes el estupor por la miseria revelada en algunos restaurantes de lujo, donde a los aprendices se les despacha, al parecer, con jergón, plato y punto.
La delirante sacralización de la comida moderna, que ha alejado la humildad, el amor y la verdad de los fogones, tenía que hacer agua por algún sitio, y el agujero se lo ha practicado uno de esos michelines endiosados, el tal Jordi Cruz, con la desfachatez de que a los becarios, o sea, a los marmitones, a los galopillos, no hay que pagarles ni un duro por su trabajo a las órdenes del cocinero subido a los altares culinarios del país, o, como mucho, cama y comida, como antiguamente los amos ratas y despiadados.
Se aleja el fantasma de la Francia de Vichy, ese que ha desempolvado la familia Le Pen para dar miedo a la gente, pero se acerca, retorna, el de la explotación laboral sin disimulos ni ambages.
En éstos tiempos de posverdad y jeta, mucha jeta, todavía los jordicruces se jactan y presumen del atentado al derecho fundamental de los trabajadores, el de currar a cambio de un salario digno, que él y otros tantos como él, al parecer, perpetran.
Agradecidos deben estar los chicos aspirantes a cocineros, afirman, de trabajar al lado de semejantes genios, aprendiendo sus trucos culinarios y sus chorradas de comer.
Pero el que no se va, y, en consecuencia, tampoco retorna porque no se ha ido, es Maduro, el sátrapa de Venezuela, al que han pillado conversando con unas vacas. Pobres vacas.
Lo sorprendente, empero, es que le están poniendo a parir por éste hecho, cuando, en puridad, es lo más normal que a ese hombre se le ha visto hacer.
¿O no hablamos todos con los animales, bien que muchas veces ante la imposibilidad de hacerlo con las personas, que no escuchan?
Distinto fue lo del pajarito, reencarnación del fallecido comandante Hugo Chávez, que dice que se le posó en el hombro para darle consignas revolucionarias póstumas, pero ésto de las vacas, que son animales encantadores, es lo más normal del mundo.
¿Con quién va a hablar uno, si no? ¿Con Jordi Cruz? ¿Con Le Pen?