Vigo, ciudad de la luz

En los últimos meses seguí las informaciones sobre lVigo y sobre el proyecto, hecho realidad, de su alcalde, Abel Caballero, para convertir la urbe poblacional más grande de nuestro país en una de las mejores ofertas visuales y luminosas para el turismo. Las noticias que procedían de la ciudad olívica caminaron entre lo jocoso y lo petulante por medio de los vídeos y declaraciones que hizo su regidor: tocando la guitarra, cantando villancicos, levantando pesas, o dotándose de gafas muy oscuras para no ser deslumbrado…
Por estos motivos quise comprobar si todo lo que se decía de la luminosidad de millones de luces de bajo consumo era cierto y de que su colorido otorgaba a la ciudad un visionado en verdad espectacular. Y lo quise hacer al modo y sistema que han utilizado miles de personas durante el largo mes que permanece encendida la gran luminaria en la que se convierte diariamente Vigo: a partir de las seis de la tarde, para verlo dentro del gigantesco árbol de la Puerta del Sol. Digo que lo quise hacer de la forma más tradicional porque viajé en un tren de los de velocidad alta que me llevó hasta la ciudad en poco menos de una hora. Tengo que decir que lo hice en compañía de mis nietos, hijos y esposa y tuve la suerte de que cuando llegué a la taquilla para sacar los billetes quedaban los seis últimos para el horario que había escogido. La vuelta me resultó más dificultosa puesto que los dos trenes que solicité, los de última hora, ya estaban llenos. Y eso que se trataba de un jueves que no era festivo. El funcionario de Renfe que me atendió reconoció que era así todos los días.
Lo que pude comprobar en Vigo cuando los relés horarios y eléctricos comenzaron a saltar en verdad que me dejó boquiabierto. He visto alumbrados en muchos lugares, tanto nacionales como extranjeros, pero debo reconocer que lo que pude contemplar en las calles de Príncipe, Puerta del Sol, Gran Vía y alrededores con el gran árbol y una bola hueca llena de luz, lo mismo que el paquete gigante, no lo recuerdo en ninguna parte.
No me extraña que los vigueses aplaudiesen a Caballero, al que conozco desde 1970, cuando caminaba por el centro de la calle minutos antes de que los Reyes de Oriente cubrieran un itinerario repleto de miles de niños en su tarde/ noche más mágica. Dicen que había más de 150.000 personas.
Se le podrá criticar lo que sea. En política casi todo vale y mucho más en la municipal, que es más próxima. Lo cierto es que el catedrático de Económicas Caballero, hizo realidad su promesa tan cuestionada en las redes de que Vigo sería la gran ciudad de la luz y lo cumplió. Estoy seguro que esos millones de luciérnagas de bajo consumo le otorgarán réditos en el mes de mayo cuando esos ciudadanos que le aplauden y defienden vayan a las urnas.
Regresé a Santiago en compañía de mi familia en un tren lleno. El comentario de los que viajaban era unánime: la realidad lumínica de Vigo era mayor de lo que se nos llevaban contando. Nadie venía defraudado. Cuando bajamos del tren muchos asientos seguían ocupados. Eran viajeros con destino A Coruña. La luz hizo que el hermanamiento entre las dos ciudades, tan rivales en otras cuestiones, fuese más allá de una realidad.

 

 

Vigo, ciudad de la luz

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