“Dèjá vu” azucarado

Cataluña acaba de aprobar un impuesto sobre las bebidas azucaradas. La Generalitat es la primera administración de España que sigue las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que en otoño recomendaba subidas fiscales de hasta el 20% en el precio de estas sustancias altas en azúcar, que consumidas en exceso favorecen la obesidad y la diabetes. 
En España el gobierno central llegó a un acuerdo con Ciudadanos para que no se aplicase para no incrementar los impuestos, pero parece que las autonomías pueden iniciar por su cuenta la batalla contra el nuevo enemigo público de la salud: el azúcar. Y aunque coincido en que es necesario adoptar medidas destinadas a reducir su consumo, esta decisión no me acaba de convencer por muchas razones.
La primera de todas ellas es que se centra únicamente en las bebidas ¿Acaso el azúcar de otros productos, como la bollería industrial, no es igualmente perjudicial? Es cierto que desde la Generalitat avisan que en un futuro se plantearán la posibilidad de imponer esta tasa en otros productos, en vista de cómo vaya funcionando. 
Pero por ahora el único señalado en la picota ha sido la industria de las bebidas azucaradas, mientras que el resto de aliados en el lobby del azúcar tienen campo abonado para ir preparando estrategias de cara a posibles ataques futuros. 
Tampoco me convence que sea un impuesto que no tiene en cuenta el valor del producto. Quienes se verán más perjudicadas serán las marcas blancas, que ofrecen productos más baratos. Mientras, las primeras marcas apenas verán incrementado sus precios, cuando es precisamente la gran industria quien más incentiva el consumo.
Pero lo que sobre todo no me acaba de convencer es la sensación de déjà vu que me invade. 
Esta estrategia para desincentivar el consumo no es nueva. Con el tabaco y el alcohol ya se intentó lo mismo y lo cierto es que los resultados son más que discutibles. 
Es posible que al principio pueda haber algún sector de la población que se lo piense dos veces ante una lata de refresco en el supermercado. 
Sin embargo, pronto este efecto se diluirá y el consumo regresará a los niveles de siempre. Así que si lo que de verdad se pretende es reducir el consumo del azúcar, los impuestos puede que no sean la mejor de las soluciones. 
Aunque tal vez lo que preocupa no es tanto la salud como encontrar una nueva vía de financiación.
 

“Dèjá vu” azucarado

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