Pena da ver como algunos jóvenes tratan a nuestros mayores, la falta de respeto y los malos modales son la triste consecuencia de otros problemas más profundos que sin duda sufre nuestra sociedad. Pero las faltas de educación resultan particularmente molestas y dolorosas en la vida diaria. Hace algunos días estaba yo sentado en una terraza con una persona de edad avanzada, hombre bueno y muy importante para nuestra ciudad años atrás, cuando la persona que nos atendía se dirigió a él, a su manera, sin duda de forma inconsciente y de buena fe, con una evidente falta de consideración, tanto en el tratamiento como en la respuesta a la demanda que se le hacía, que no era otra que la cuenta. Al margen de que fuera un cliente o de que hubiera sido persona más o menos importante en su momento, la edad aconsejaba cierto respeto, empezando por evitar el tuteo.
A mí las personas que se atienden en bares y cafeterías durante horas, con el único fin de ganarse la vida, a una clientela no siempre paciente y educada, me merecen especial respeto y consideración. Por eso procuro darles siempre las gracias y ser lo más amable posible, sobre todo si las veo agobiadas por la acumulación de clientes. Creo que esto es necesario en todas las situaciones de la vida y ha de ser recíproco, aunque a veces los nervios nos puedan jugar una mala pasada y demos una mala contestación o pidamos las cosas sin el debido respeto.
Pero este no es el caso al que me estoy refiriendo, se trató más bien de un pequeño exabrupto sin venir a cuento, que a mí me dolió particularmente por mi acompañante, como digo hombre mayor y venerable. Supongo que por mi parte podría haberle recriminado su falta de cortesía a la persona que nos atendía, aunque reconozco que no lo hice, pues en un primer momento me quede desconcertado y luego preferí no intervenir. Pensé que la falta de consideración de la que acababa de ser testigo, no era solamente culpa de quien nos atendía sino de una sociedad en la que parece que ya no cuentan para nada los buenos modales. Además reconozco que no quise ser la siguiente víctima de nuestro interlocutor, porque aunque no soy tan mayor ni tan venerable como mi acompañante ocasional, ya voy teniendo una edad en la que es aconsejable ser prudente, aunque resulte triste decirlo.
Quede claro que como profesor universitario llevo más de cuarenta años tratando con estudiantes, por lo general, mucho más jóvenes que yo. Nunca he sido de los que piden un trato particularmente respetuoso, que en todo caso hay que ganárselo en las propias aulas. Sin embargo considero que el respeto y la consideración son fundamentales y que el tuteo y la chabacanería no van a ninguna parte.