Se acerca el momento de ejercer el derecho al voto. Poco más de un día para que los representantes políticos puedan seguir presentando sus ofertas -si es que las hubo en algún momento-, de cara a convencer al elector para que emita la papeleta a su favor y alcanzar el acta de eurodiputado. Es el momento de la verdad.
De la verdad con mayúsculas que está en las manos de los que podemos ejercer el derecho constitucional en unos momentos en los que el conocimiento de los políticos roza los niveles mínimos de aceptación por parte de los ciudadanos. Los datos de las encuestas oficiales dan cuenta del rechazo más que ostensible de los candidatos.
Prácticamente la totalidad de ellos no llegan a alcanzar el aprobado, lo que significa que los votantes, los ciudadanos de a pie, ni les conocen ni tienen interés por conocerlos. El lejano aprobado no es suficiente a la hora de convencer a los votantes que durante la campaña les han dado la espalda como muestra del descontento reinante: recortes, eres, reducciones salariales, pérdidas de derechos laborales, despidos, y un largo rosario de penalidades en el campo laboral.
Si las personas que salen fotografiadas en los carteles electorales –alguno dibujado a lápiz de carboncillo–, pasan desapercibidas, qué decir de sus programas político-electorales.
Esos documentos que deberían ser el santo y seña para el funcionamiento de la vida pública y de servicio a los demás pero que, llegado el momento de la verdad, cuando tienen que ejercer el poder político conseguido en las urnas, se olvidan de seguir su articulado para hacer lo que les conviene en cada momento, limitándose, tan solo, a pedir disculpas por desviarse del programa con el que concurren a los comicios. La gran mayoría de ellos rondan el fraude electoral.
Ahora el tiempo es nuestro, es el de la reflexión para ejercer el derecho sagrado de escoger a los que nos tienen que representar y defender nuestros intereses a nivel europeo.
Llegamos después de dos semanas bastante estériles en el plano político y con el presagio de una gran abstención. Dicen que la más elevada en nuestro caminar democrático. Es algo que pronostican los que se encargan de hacer los vaticinios antes de que se abran los colegios electorales. La respuesta en la noche del domingo. Para mí, insisto, el aprobado no me llega. Quiero mucho más de aquellas personas que me vayan a representar.