La barriga cervecera es un tesoro. No cae llovida del cielo, conseguirla requiere tiempo y dinero. Muchas horas en la barra del bar, con frecuencia aguantando a otros aspirantes que son unos pesados, y muchos cuartos que salen del bolsillo para acabar en la caja registradora. El problema llega cuando a la barriga cervecera se le suma el cerebro cervecero. Algo de eso debió ocurrirle a un pontevedrés que andaba por Gijón, a quien para que le sirvieran una cerveza no se le ocurrió mejor cosa que desnudarse. Está claro que en Asturias sale a cuenta beber sidra.