El hecho de que Carles Puigdemont debiera haber ignorado, o mandado a la mierda directamente, al memo que le obligó a besar la bandera que, como es público y notorio, representa a la nación que el fugitivo de la Justicia más odia, no empece para que la acción del peluquero español residente en Copenhague que le puso la bandera en los morros sea, en sí misma, radicalmente execrable.
Tipejos como ese que abordó tan desatentadamente a Puigdemont en una cafetería, mientras desayunaba con otras personas, son los que alimentan el discurso antiespañol, pues no tiene otro, del cargante expresident, haciéndole atractivo, como rebelde con causa, a los jóvenes rendidos al equívoco, pero enorme, poder de la imagen, como se vio en la cálida acogida que le dispensaron los estudiantes de la Universidad de Copenhague. Tipos como ese de la banderita enarbolada como un arma, o como un frasco de humillante aceite de ricino, o como ese otro, concejal del PP, también con banderita, que participó en el “escrache” ultraderechista a los miembros de la Mesa del Parlament cuando llegaron a Madrid para declarar ante la Justicia, no sólo alimentan el nacionalismo gárrulo y carlistón de los Puigdemones, sino que ultrajan el nombre de España y el de los españoles.
Acaso no procedería en este caso insistir en la acreditada cobardía de Carles Puigdemont, pues a las víctimas, y él lo fue del cretino que le forzó a besar la bandera, no se debe culparlas de nada, pero esas imágenes indeseables, atroces, de un niñato violentando a un tipo que insiste en reputarse de “honorable”, no habrían existido si ese señor que embarcó a la mitad de Cataluña en un viaje infausto y que salió de najas en cuanto la cosa se le puso fea, si ese señor, digo, hubiera tenido un arranque no ya de valor, sino de dignidad y de amor propio, habría actuado de otro modo cuando su acosador le acercó a los labios la enseña.
Tan denigrante fue, en suma, la acción del agresor como la del agredido, componiendo ambas una imagen de extrema violencia simbólica que no se compagina con el talante ni con la calidad de la mayoría de los españoles. El PSOE y Ciudadanos lo han visto así. ¿Y el PP? ¿Cómo lo ve el PP?