Defenestrados los ministros Gallardón y Mato y ya con medio alto staff de Educación en la puerta de salida, ahora el pimpampún de la oposición es el titular de Hacienda, Cristóbal Montoro. Y ello, a pesar de ser el ministro que está recogiendo notorios frutos en su acoso al fraude fiscal merced al arsenal de medios de que se ha dotado para sacar a la luz rentas ocultas.
Y es que, como bien dice, han cogido una perra con él. Léase, manía y obsesión, de acuerdo con alguna de las acepciones que incluye el diccionario. Hasta siete preguntas y una interpelación le formuló el grupo socialista el martes en el pleno del Senado. Cuatro y otra interpelación le dirigieron también desde la bancada socialista al día siguiente en el Congreso. Y alguna tan fuera de lugar como la referida a la “manipulación y propaganda gubernamental” en TVE.
Lo bueno es que Montoro no se achica. No es que se envalentone, pero de alguna manera la situación le pone. Como cuando recuerda la ruina en que el PSOE dejó a la cadena pública estatal al “quitarle la publicidad para dársela a las televisiones amigas”.
En plena recta electoral resulta comprensible que la oposición relance su acoso. Lo lleva haciendo cuatro años y no cabe esperar ahora otro comportamiento. Lo malo, entre otras cosas, es la incidencia que todo ello tiene en los grandes medios y especialmente en las televisiones, metidos como están unos y otras en la información espectáculo.
De las sesiones de control al Gobierno sólo se cuentan los rifirrafes de turno. Es la palabra mágica. Parlamentarios excéntricos, incidentes en la tribuna de invitados y camisetas y carteles reivindicativos varios tienen también su plus de presencia en la información.
El caso es que la actividad legislativa ha pasado a segundo término. Como mucho, alguna atención al debate primero de totalidad. Al final, el ciudadano no termina por saber ni cómo y ni cuándo una iniciativa concluye su curso parlamentario; ni cuáles han sido los ejes del debate, ni en qué ha quedado todo.
Tal vez los partidos se consuelen con los programas específicos que las televisiones públicas incluyen en sus parrillas, pero que, arrinconados como están ellas, apenas tienen audiencia. En definitiva, la resultante es que en las Cámaras legislativas se desarrolla una muy otra actividad, mucho más fecunda que el rifirrafe de cada día, pero que apenas trasciende a la opinión pública. Y quien sale más que perjudicado es la propia institución parlamentaria.