Todos los gallegos llevamos un emprendedor dentro de nosotros. Lo que pasa que es un emprendedor un poco diferente. Por ejemplo, si hay que irse a hacer las américas, pues se va, y punto. Y, a la vuelta, la idea que tenemos de un negocio que nos garantice la jubilación es montar un bar al que bautizaremos con un nombre alusivo al sitio en el que nos hicimos con los euros para abrir nuestra cafetería. Y, esto que antaño era una garantía de éxito, a estas alturas se ha convertido en una ruinosa aventura para cientos de empresarios, que ven como al final, la promesa de la jubilación dorada se torna en deudas y empeños. Por ejemplo, en la provincia de Lugo, cada cinco días un bar tiene que echar el cerrojo. Y esta situación es ampliable a la mayoría de las provincias gallegas. Y no es que a los paisanos se nos hayan quitado las ganas de tomar cafés o cervezas, es que la oferta es tal que uno puede tomar cada día de su vida un café en un local distinto sin repetir ni uno solo hasta el momento de su muerte.