Días antes de acusar al presidente del Gobierno de complicidad con el golpe de los independentistas al Estado, el presidente del Partido Popular, Pablo Casado, había dicho en los Desayunos de Europa Press que “el PP comparte con Ciudadanos la defensa del orden constitucional”. Con maliciosa intención estaba dejando caer que, por desgracia, en esa afirmación no podía incluir al Gobierno ni al PSOE.
Sabido es que Pablo Casado, al igual que Albert Rivera, su competidor en el caladero electoral de la derecha, consideran a Sánchez un rehén del independentismo catalán. Y la llamada política de desinflamación, desplegada por Moncloa en nombre del diálogo como método para resolver el conflicto catalán, sería la prueba de esa servidumbre.
Me parece insidioso excluir al PSOE de su inequívoca adhesión al orden constitucional, incluida la figura del Rey y, por supuesto, la defensa de los principios de integración territorial y soberanía nacional indivisible. Pero el Gobierno da cuartos al pregonero cuando pierde tantas ocasiones de acreditarlo. Véase su tibieza frente a la altanería del independentismo, rayana en los intentos de coacción a las instituciones (Gobierno, Fiscalía, Tribunal Supremo, Fuerzas de Seguridad, la Monarquía, etc.). La más socorrida es el anuncio de los siete males que nos caerán encima, empezando por el rechazo a los PGE 2019, si no hay excarcelación incondicional para los políticos presos y total absolución de los veinticinco lideres independentistas procesados por presuntos delitos de rebelión y otros. Nadie se chupa el dedo. Es notorio que la falta de contundencia del Gobierno a la hora de frenar esas amenazas, que cursan como provocaciones del socio incómodo pero irremediable, se relaciona con el legítimo interés de Sánchez por mantenerse en el poder. Eso no autoriza al líder del principal partido de la oposición a cometer el exceso de considerar al Gobierno de la Nación fuera del bloque constitucionalista.
Muchos pensamos también que, por lo que se juega, Sánchez no es lo firme que debiera ser ante la chulería del independentismo. Pero jamás diremos que es un golpista o que coopera con los golpistas. A Pablo Casado se le ha ido la mano esta vez. Hasta el punto que ha puesto en los circuitos políticos y mediáticos el mensaje autodestructivo de que los defensores de la unidad de España están divididos.
Mala cosa, precisamente cuanto el voluntarismo de Moncloa se remite tan a menudo a la fractura del bloque independentista como señal esperanzadora de un desenlace no traumático en el conflicto catalán ¿Cómo interpretar entonces la fractura en el bloque constitucional que escenificaron el miércoles pasado Sánchez y Casado, presidente del Gobierno y líder del principal grupo de la oposición, respectivamente?